Sirvo un plato para cada uno con el desayuno que entre los dos preparamos. Mis piernas se sienten temblorosas después de tanto sexo. Casi al mismo instante en que lo pienso, nuestras miradas cómplices se encuentran. Él sonríe con picardía. Sabe, que estoy pensando en nosotros y en cada uno de los encuentros apasionados que hemos tenido.
Mis mejillas se calientan, así que me veo obligada a desviar la mirada, porque no puedo ocultar que, a pesar de la extenuante tanda sexual que tuvimos, sigo deseándolo con locura.
―Papi, ¿cuándo volverá abuelito?
Samuel aparta la mirada de mí y la dirige hacia nuestra hija con interés.
―Esta tarde estará de regreso ―sonríe animado mientras corta el tocino con sus cubiertos―. ¿Las parece si las paso buscando antes para que me acompañen a la clínica?
Los ojitos de Camila brillan con emoción. Gira su carita y me mira de manera suplicante.
―¿Podemos ir, mami, por favor?
Asiento en respuesta.
―Por supuesto, cariño.
Le doy un beso en la frente y ocup