Parte 1. Capítulo 13. La piel del deseo
Para sosegar los nervios de la chica, Gabriel la tomó de la mano y la levantó del banco dispuesto a dar una caminata con ella.
Al pasar el malecón, la línea de costa se sumergía por una oscuridad solo amparada por la luz de la luna y precedida por una arena salpicada de una vegetación llena de hierbas, arbustos y palmeras de gran tamaño.
De haber estado sola, Rebeca jamás se habría introducido por esos parajes y menos a esa hora de la noche, pero de la mano de Gabriel se aventuró, andando primero entre las rocas para atravesar el rompeolas, hasta llegar a una playa desolada, cuyas olas llegaban con mayor agresividad pues no existía muelle de piedra que suavizara su recorrido.
Aquel lugar era frecuentado por turistas adeptos al surf y por personas que les gustaba el mar en soledad, ya que en esa parte no se encontraban puestos de venta de comida o alquiler de sombrillas y sillas para el descanso.
Esa noche ese sitio les pertenecía. Nadie se hallaba en los alrededores.
Lo recorrieron si