Capítulo ochenta y tres: La calma antes de la tormenta.
Una vez que le dieron de alta, le expliqué lo sucedido y lo que le pasó a la esposa del doctor. vi a Austin tan avergonzado.
―¿No me lo pudiste advertir, Kari? ―Se llevó una mano al rostro.
Nunca ―Te pisé ―Me defendí.
―Eso no fue suficiente. ¿Por qué pensaste que un pisotón me haría darme cuenta?
El auto se detuvo en el estacionamiento de la casa y bajamos. Maya nos seguía el rastro sin decir ni una palabra.
―En las películas siempre funciona. Cuando pisas a alguien significa que te calles porque soltaste un comentario que no debía. Deberías saberlo.
Pasamos la puerta principal sin dejar de discutir.
―Pero es la vida real. Debiste hacer algo que en verdad me hiciera cambiar de tema.
Ofendida, refunfuñe.
Nos sentamos en el sofá, uno frente al otro, sin apartar la mirada.
―¡Ay, perdón! Debí meter mi dedo en tu herida de bala. ¿Eso querías? ¿Sería suficiente estímulo para hacerte olvidar el tema? ¿Qué te parece si lo hago ahora para dejar esta conversación atrás?
―¡Ya b