Alina
El silencio de la noche es opresivo. Cada sombra en la habitación parece vibrar con una energía oscura, una tensión casi palpable. Damon se ha quedado despierto, sentado cerca de la ventana. Sus ojos dorados fijan la claridad donde Ezra ha desaparecido, y la luz de la luna dibuja sombras afiladas en su rostro.
Estoy sentada en la cama, el corazón aún latiendo. Mis dedos rozan la cicatriz en mi muñeca, donde el vínculo con Ezra pulsa débilmente bajo mi piel.
— ¿No puedes dormir? murmura Damon sin apartar la mirada del exterior.
Sacudo la cabeza.
— No.
Se endereza, su silueta masiva destacándose en la luz de la luna. Se acerca a la cama y se sienta a mi lado. Sus manos deslizan a lo largo de mis brazos, su calor invadiendo mis músculos tensos.
— Él todavía está aquí, ¿verdad?
Cierro los ojos e inspiro profundamente.
— Sí.
— ¿Qué te dice?
Abro los ojos.
— Que me reclama. Que no me dejará ir.
Damon aprieta la mandíbula, y la tensión en su cuerpo es palpable.
— No tendrá lo que quier