Alina
A la mañana siguiente, la luz gris del alba se filtra a través de las pesadas cortinas de mi habitación. Mi cuerpo está adolorido, marcado por la intensidad de la magia que Ezra ha despertado en mí. Mis párpados son pesados, mi respiración entrecortada. Sin embargo, estoy extrañamente alerta, como si una nueva fuerza fluyera por mis venas.
Todavía estoy en la cama, las sábanas arrugadas alrededor de mi cintura, cuando la puerta se abre lentamente. Ezra entra en silencio, vestido con un pantalón negro y una camisa medio desabotonada. Su mirada resplandeciente se posa inmediatamente en mí. Se detiene en la entrada de la habitación, su expresión indescifrable.
— Estás despierta.
Su voz es baja, áspera, vibrante de una autoridad natural que despierta un escalofrío a lo largo de mi columna vertebral. Aprieto la sábana contra mi pecho.
— No he dormido mucho.
Ezra avanza, el sonido de sus pasos resonando suavemente en el parquet. Se detiene al pie de la cama, y su mirada in