Alina
El campamento está sumido en un silencio pesado. La luna, llena y resplandeciente, ilumina el claro con una luz pálida. El aire es denso, saturado de esa tensión animal que siempre precede a un ataque. Las sombras bailan entre los árboles, y cada susurro de hojas parece anunciar la llegada de un peligro invisible.
Estoy apoyada contra un tronco de árbol, observando a Damon y Lucien en plena discusión. Damon tiene la espalda recta, la mandíbula apretada. Su torso desnudo está marcado por rasguños y moretones, pero se sostiene con esa autoridad natural que lo convierte en un alfa temible.
— No tardarán en regresar, gruñe Lucien.
— Lo sé, responde Damon con una voz sombría.
Me acerco a ellos, mis botas crujen ligeramente sobre el musgo húmedo. Damon levanta la cabeza en cuanto estoy a su alcance, su mirada dorada suavizándose ligeramente al verme.
— Deberías descansar, susurra.
Cruzo los brazos.
— ¿De verdad crees que me quedaré atrás mientras ustedes luchan?
Lucien ahoga una risa.