El primer día de preparación empezó antes del amanecer. Me desperté con el aullido de un lobo en la distancia — era un aullido triste, como si supiera lo que venía. Rosa estaba dormida a mi lado, con la cabeza apoyada en mi hombro. La envolví con la manta para que no tuviera frío y me levanté con cuidado, sin despertarla.
El patio estaba oscuro, pero la luna todavía brillaba con fuerza. Mireya ya estaba ahí, sentada en el banco de piedra, con un cuenco de hierbas en la mano. “Llegaste temprano”, dijo, sin volverse. “Estoy contenta — significa que estás lista.”
Me senté a su lado y ella me dio un trozo de raíz de sauco. “Muerde esto”, dijo. “Ayuda a concentrar la energía lunar.”
Mordí la raíz — era amarga, pero sentí un calor suave en la garganta. Mireya se levantó y extendió la mano hacia la luna. “Hoy te enseñaré a curar heridas graves”, dijo. “Porque en la pelea habrá muchos heridos, y necesitarás ayudarlos.”
Me levanté y ella me mostró cómo poner las manos sobre la herida, cómo sen