Seth se quedó mudo, la sorpresa clavándolo al sillón al ver a su padre de regreso sin precio aviso.
Su mente se quedó en blanco por un instante, el peso de la presencia de su padre golpeándolo como un martillo. Las palabras de Caleb flotaron en el aire, y por un momento, solo pudo mirarlo, los ojos abiertos de par en par.
Finalmente, carraspeó y se recompuso, enderezándose en el asiento.
—Bienvenido, padre. Ameline está… bien, por supuesto, está siendo tan bien atendida como siempre —murmuró, su voz tensa mientras intentaba mantener el rostro serio.
Caleb no respondió de inmediato. Se acercó con pasos lentos, tomó asiento en el sofá junto a Tucker y cruzó las piernas, su mirada fija en Seth.
—He oído lo que pasó antes —dijo, su tono volviéndose serio mientras estudiaba el rostro de su hijo—. Y no creas que no veo esa frustración en tu cara, hijo. Dime, ¿qué es lo que querías hacer ahora? —La pregunta cayó como una piedra, y el ambiente se cargó de una tensión palpable.
Seth tensó