Luego de terminar su paseo, Ameline volvió a su cuarto cuando solo faltaban un par de horas para el anochecer.
—Maldición —murmuró para sí misma mientras daba vueltas en su cama—. ¿Qué hago?... ¿Lo dejó pasar o me encierro para que no entré? —Se mordió el labio con fuerza.
Estaba indecisa entre su odio el placer que la hizo temblar antes.
Claramente no iba a dejar de odiarlo, pero ceder a la tentación sonaba demasiado agradable, y no dejaba de decirse que no le haría daño al menos usarlo para su placer, pero otra parte sabía que eso era lo que él quería, que él solo seguiría insistiendo en que ella tarde o temprano caería ante él, lo cual interfería en su meta de escapar.
—Dijo que tiene una reunión por la noche, pero… ¿a qué hora? ¿Vendrá antes o vendrá después? —se preguntó tirada en su cama, todavía debatiéndose qué debía hacer.
Los nervios empezaron a comerla viva mientras el anochecer llegaba, y las horas comenzaron a pasar y… él no llegaba.
Ese bastardo… ¡¿ni siquiera iba a