Un fuerte puñetazo manchó su rostro de escarlata.
Luego otro puñetazo más consiguió destrozar su labio inferior causando la aparición de una hilera delgada de sangre.
La retuvo por el cuello y la arrojó con tanta impulsividad y furia hacia la pared que Adalia sintió el oxígeno huyendo atemorizado de sus pulmones.
Su espalda se golpeó con fuerza contra la pared y luego cayó bruscamente con su rostro apuntando al suelo.
Sintió tanta inexactitud de aire que un ardor doloroso embistió todo su pecho y sintió su garganta no competente para musitar palabra o súplica alguna.
Él la alzó por el cuello.
Y la arrojó nuevamente a la pared, esta vez, con todas sus fuerzas.
Adalia lanzó un chillido cuando su espalda colisionó con salvajismo contra el duro material, para después s