XVI Ayuda divina

Sam estaba arrodillada frente al sagrado altar, con devoto respeto. Había aprovechado que no tenía nada que hacer durante la mañana para arrancarse un momento a la iglesia. Necesitaba desesperadamente encontrarse a sí misma porque se había perdido. Entre el incidente del baño y luego los jugueteos de su jefe con el antifaz, ya no sabía lo que sentía. Se debatía entre el desprecio y la indiferencia, entre la repugnancia y el deseo.

—Soy una pecadora —le susurró a las estatuas, con la cabeza gacha—, y no me refiero a una fan de Caín, eso es algo que me llena de orgullo. Creo que soy una pecadora de verdad.

Inhaló profundamente y miró con disimulo a su alrededor. Nadie más había allí, así que continuó.

—Creo que he caído en las garras de Vlad Sarkov y me estoy convirtiendo en un monstruo igual que él. Ayúdame a encontrar la luz en toda esta oscuridad.

En el sacrosanto silencio de la iglesia, una mano se posó en su hombro y Sam gritó.

—Dios me ha enviado para ayudarte, hija mía.

Era
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