– Y una vez tengas tu hija, ser una familia si estás dispuesta. Ella nunca se enterará del trabajo de su padre: irá a la escuela, tendrá amigos e iré a clase de ballet por la tarde. Y nunca, pero nunca dejaré que se involucre en mi mundo. Solo déjame estar junto a ti, por favor.
Las últimas lágrimas recorrían las mejillas de Katya mientras escuchaba a Egan hablar.
Él estaba rendido a sus pies, con una mano en su vientre y la otra postrada en el suelo. Egan siempre le había dicho que ella era su reina, y Katya siempre creyó que era porque ella era hermosa. Pero ahora, tenía la sensación de que Egan no le decía que era una reina específicamente por eso: le decía que era reina porque él estaba dispuesto a hincarse ante ella, de rendirlo su mundo entero a sus pies.
– Egan...
– Solo una última oportunidad, Katya –suplicó Egan–. Y está bien si dices que no, pero tienes que saber que de todas formas no me rendiré. Eres lo mejor que me ha pasado en un buen tiempo y no pienso simplemente deja