Reviso mis anotaciones sobre la orquídea frente a mí y sonrío satisfecha: y pensar que la encontré casi muerta en un vivero de aquí del pueblo y ahora rebosa de vida y del aroma típico de las Vanda Brunnea a deliciosos cítricos.
Dejando mi libreta a un lado, miro mi reloj y me doy cuenta de que casi es medio día, lo que implica que llevo toda la mañana metida en mi invernadero personal y que mi madre se va a molestar. Dice que me importan más las plantas que las personas, ¿y a quién no? Al menos ellas no molestan. No es que me fastidie la gente, en absoluto, tengo amigos y me gusta pasar el tiempo en compañía de otros de vez en cuando, sin embargo, también puede resultarme agotador en cierto punto, y pasar el tiempo aquí tranquila me resulta mejor.
Me ayuda a relajar la cabeza y a despearla cuando estoy muy cargada.
Tomo mis cosas y salgo del invernadero hacia la casa, entrando solo para encontrar el exquisito aroma del guiso de mi padre, el cual está concentrado en la olla frente