Alessia aceleró el paso, pasando junto a Henrico segundos después y dirigiéndose hacia Antonela. A medida que la mujer de cabello pelirrojo, un poco más oscuro que el suyo, se desplazaba sin el menor esfuerzo, Antonela tenía la incómoda sensación de que Alessia estaba allí solo para causar problemas.
Antonela no lo permitiría.
Al percibir que pasaría de largo y entraría en la habitación de Adam —después de todo la había visto salir de allí—, la agarró del brazo con fuerza y le impidió seguir.
—¿Qué crees que estás haciendo? —Antonela vio cómo la expresión del rostro de ella se ensombrecía.
—Vine a impedir que Benjamín sepa que este niño es su hijo —dijo Alessia, tragando el nudo que se le formaba en la garganta—. No voy a permitir que te quedes con todo.
Una sonrisa extraña cruzó los labios de Antonela y ese gesto incomodó profundamente a Alessia. Ella miró hacia la habitación, luego miró a los ojos de Antonela y se preguntó si no estaba siendo demasiado ingenua.
Las palmas de las man