✶SUMMER✶
—Buenos días, Trueno —digo entrando a los establos y acercándome al cubículo donde está mi caballo. Este, al verme, relincha como si me estuviera respondiendo—. ¿Cómo sigues de tu pata, bonito?
Acaricio su frente con suavidad.
Hace unos días se lesionó una de sus patas traseras.
—Parece que ya estás mejor, si sigues así mañana te llevaré a dar una vuelta por la cascada.
Me encanta ese lugar, es el rincón más mágico de esta hacienda y pienso que, en general, de toda la región. Suelo ir allí por lo menos dos veces a la semana y nadar por horas totalmente desnuda.
Trueno vuelve a relinchar y yo sonrío.
Es nuestro secreto.
—Te voy a extrañar —digo pegando mi frente a la suya—. Ojalá pudiera llevarte conmigo. Tú has sido mi único amigo y confidente.
Suspiro de forma silenciosa.
De todas las cosas que me dio Martín, para mí Trueno ha sido lo mejor. Fue un regalo que en verdad le agradecí y desprenderme de él será difícil.
Me acerco a un cesto que cuelga en la pared para tomar un cepillo y empiezo a peinar su melena.
—¿Sabes? Dentro de poco llegará el abogado de Martín para dar lectura al testamento —paso el cepillo por su larga melena castaña—. Anoche casi no pude dormir pensando en eso. Ya quiero salir de todo esto para poder irme de este pueblo infernal. Al fin siento que voy a poder ser libre de mi pasado, de mi tío y de absolutamente todo —cambio la dirección del cepillo y ahora lo paso por su lomo—. Tengo tantas ganas de salir de aquí y ver el mundo, ahora que heredé una buena parte de la fortuna King podré hacerlo.
Creo que ese es mi mayor deseo en la vida. Sentirme libre.
—Pero claro, antes de irme te prometo que pasaremos unos días muy divertidos juntos, ¿así no te olvidarás de mí, verdad? —beso su frente.
Trueno se pone a relinchar y levanta su pata.
Es un hermoso caballo.
—¿Señora, se encuentra aquí? —grita Aurelia desde afuera de los establos.
—¡Aquí estoy!
Escucho sus pasos.
—Señora, el abogado ya se encuentra aquí. El señor Julián y la seño Margaret me envían a decirle que por favor se reúna con ellos en la sala.
—Está bien, Aurelia, gracias por avisarme.
Me despido de Trueno y le paso el cepillo a la muchacha para que lo ponga en su sitio.
Salgo de los establos y avanzo por los patios y jardines.
El jardinero me saluda cuando me ve, diciendo que ha cortado los lirios más bellos del jardín para mí. Le doy las gracias y sigo mi camino. Me topo con algunos otros empleados de la hacienda mientras voy hacia la entrada principal de la casa; la mayoría de ellos me ignoran y otros hacen como si no me hubieran visto.
No me molesta, estoy acostumbrada a los desplantes de todos. Nadie perdona que me casara con Martín.
—¡Cuidado! —grita alguien desde el techo cuando voy a subir la escalinata.
¿¡Pero qué!?
Apenas tengo tiempo de moverme para que un tarro de pintura blanca no me caiga encima. Logro salvarme de un baño de pintura, pero en su lugar caigo sobre mi culo cuando alguien me empuja.
Levanto la cabeza y me encuentro frente a frente con un par de ojos azules intensos, tan intensos que me recuerdan al océano en las mañanas.
—¿Estás bien?
No respondo, estoy intentando recuperarme del susto por la caída.
—¡Señora! —el hombre que se encontraba en el techo, Fermín, baja por la escalera y se acerca a nosotros.
Empujo el pecho del extraño para que se aparte, está sobre mí.
—Por favor, discúlpeme, señora. Le juro que no la vi y...
—Ya está bien, no pasa nada —me aclaro la garganta y vuelvo a poner la atención en el extraño. Sigue sobre mí. ¿Acaso está esperando una invitación para que se aparte?
—Oye, apártate, sé más respetuoso con la señora —le habla Fermín.
—No le he faltado al respeto, solo intentaba ayudarla —responde él, sin apartar sus ojos de los míos.
Tiene algo en la mirada que me recuerda a alguien.
Se levanta y me da la mano para ayudarme a levantar.
—¿Quién eres? —inquiero intrigada, tomando su mano.
Siento una corriente en el cuerpo cuando sus dedos se entrelazan con los míos.
Él no responde a mi pregunta, así que le hago otra.
—¿Eres un nuevo peón de la hacienda?
Estoy segura de que no lo había visto antes.
—Soy Alessandro y tú eres...
Arqueo una ceja.
Para ser un peón se está tomando muchas confiancitas conmigo. Algo que nadie ha hecho.
—Oye, ya te dije que seas respetuoso —le recrimina Fermín, dándole un zape en la cabeza con una pañoleta.
—Pero si no le he hecho nada —responde aquel hombre de cabello azabache.
—Ya puedes soltarme —digo seria, marcando un límite entre nosotros, y él lo hace—. Por favor, encárguese de limpiar esto, Fermín. Y tú... —miro al extraño nuevamente—. Mi espacio personal es importante para mí, así que en el futuro, mantén tu distancia.
—No hace falta ser tan gruñona, ya te dije que solo intentaba ayudar —me responde, cruzándose de brazos con aire despreocupado.
La arrogancia con la que me mira me fastidia.
—¿Cómo te atreves a hablarme así? —lo miro de pies a cabeza como al simple peón que es.
—Yo te hablo como mejor me parezca, niñita malcriada y malagradecida.
—¡Insolente! —le grita Fermín.
No es la primera vez que alguien me habla de manera incorrecta, pero no me había importado; en cambio, con este tipo sí me molesta.
Muerdo el interior de mi mejilla; no creo que él merezca mayor importancia que el resto.
—Supongo que no sabes quién soy, así que voy a perdonar tu atrevimiento solo por esta vez. Y también haré de cuenta que no te he visto. ¿Ahora por qué no vas a ver si ya parió la marrana o vas a limpiar la popó de las vacas en los corrales?
Suelta una risa burlona.
—¿Por qué lo haría?
—Porque te lo estoy ordenando.
—No soy la clase de hombre que sigue órdenes de una mocosa.
—Eres un insolente y un maleducado —exclamo molesta.
Dicho esto, le doy la espalda antes de que me haga perder los estribos y entro a la casa.
Tengo cosas más importantes que hacer como para perder mi tiempo con un peón.
Me reúno con Julián, Margaret y el abogado en la sala.
—Buenos días —saludo a todos.
—Buenos días, señora King. Antes que nada le doy mi más sentido pésame por su pérdida —asiento y lo invito a que tome asiento—. Bueno, ya que estamos todos reunidos, vamos a dar inicio a la lectura del testamento.
Me acomodo en un sofá mientras el abogado saca unos documentos de su portafolio ejecutivo.
—Yo, Martín King, declaro en pleno uso de mis facultades mentales mi última voluntad. Primero, le dejo a mi hermana Margaret King mi casa en Sicilia, así como un fideicomiso para su mantenimiento, del cual se le deberá entregar una cantidad mensual, la misma que se indica en el anexo siguiente. Segundo, a mi mayordomo y amigo, Julián Greco, le dejo una pensión de por vida por el mismo sueldo, en agradecimiento por todos los años de servicio. Tercero y último, el resto de mis bienes, mi hacienda Sierra Dorada, mis propiedades en el extranjero, mis cuentas bancarias y todo lo que poseo, se lo dejo a mi hermosa esposa Summer Caruso y a...
—Buenos días —irrumpe una voz, y el abogado deja de leer el testamento.
Todos volteamos a ver al dueño de aquella voz.
Es el peón de antes.
¿Pero quién se cree?
—¿Qué te pasa? —me levanto molesta—. ¿Por qué entras así? Aurelia, ¿cómo permites que este hombre pase como Pedro por su casa?
—Señora, yo le dije que no podía pasar, pero no me hizo caso.
—Perdón, ¿quién es este joven? —inquiere Margaret.
—Eso qué importa, no debería estar aquí —se molesta Julián.
—Dinos quién eres, muchacho —le pide el abogado.
Y aquel peón avanza hacia nosotros.
—Soy Alessandro Lombardi, hijo de Martín King. He venido desde muy lejos para verlo, así que les pido que le informen que me encuentro aquí.