✶JULIÁN✶
—Viejo infeliz, a mí me dejó una mugrosa pensión, después de que me pasé la vida sirviéndole y a este bastardo que ni conocía le dejó una fortuna, ojalá se esté achicharrando en el infierno —me muevo de un lado a otro a punto de volver a perder los estribos. Estoy tan cabreado. Martín nunca me habló de ninguna mujer que hubiera sido importante para él, no podía siquiera sospechar que en algún lugar tuviera un hijo—. No voy a quedarme de brazos cruzados, algo haré ya lo verás.
—Es mejor que dejes esto por la paz. No puedes hacer nada, tendrás que conformarte y aceptar la parte de la herencia que me tocó.
—¡De ninguna manera! —ladro y la tomo del brazo con fuerza—. Escúchame bien, Summer. Yo no planeé todo esto para al final quedarme con unas malditas migajas.
—Estás exagerando, recuerda que la mitad de todo es mía. Debería ser suficiente...
—¡Pues no lo es, lo quiero todo! —le grito en la cara.
—Pero no hay nada que hacer. Martín lo dejó estipulado, aunque no quieras su hijo recibirá la mitad de su fortuna y no hay nada que puedas hacer para impedirlo —aprieto más fuerte su brazo, casi con ganas de rompérselo. Me irrita que diga eso, yo no soy de los que se rinden fácilmente ante un objetivo.
—Voy a hacer lo que tenga que hacer, pero toda, ABSOLUTAMENTE TODA la fortuna King va a ser mía.
—Entonces, haz lo que quieras pero no cuentes conmigo, yo ya hice lo que querías, cumplí con mi parte, me casé con un hombre al que no amaba. Heredé la mitad de una gran fortuna que para mí está bien. Solo pido mi parte para poder largarme de este maldito pueblo ya lo que decidas hacer ahora no me importa —hace un movimiento brusco y logra zafarse de mi agarre—. Mis planes no han cambiado, y con hijo bastardo o sin él apenas pueda me iré de aquí.
Da un paso para marcharse dejándome con la palabra en la boca, pero la retengo jaloneándole del codo y empujándola contra la pared más cercana.
Summer se queja por la brusquedad con la que la sujeto e intenta soltarse.
—Tú no vas a ir a ninguna maldita parte, no te vas a mover de esta casa hasta que a mí se me dé la gana.
—Eso no fue en lo que quedamos. Me casé con Martín para poder quedarnos con su dinero y así ha sido. Tenemos suficiente así que lo siento por ti pero yo me iré te guste o no.
—No te conviene desafiarme, mocosa. Si te digo que te quedas, te quedas y calladita —aprieto su mentón con fuerza—. Me lo debes, no olvides todo lo que he hecho por ti desde que tenías trece años cuando tu madre te echó a la calle como a un puto perro sarnoso. De no ser por mí habrías terminado en la calle vendiéndote por un dólar. Igual a la cualquiera de tu madre.
—¿Cuántas veces más me lo vas a recordar? —reprocha.
—Las que hagan falta. Yo hice de ti lo que eres hoy en día y así como te hice, también te puedo destruir —clavo mis ojos en los suyos—. Es mejor que hagas lo que digo, porque de enemigo puedo ser terrible.
Y no es mentira.
—Tenemos que deshacernos de alguna forma del hijo bastardo de tu esposo —sentencio—. Me ayudarás, Summer.
La suelto y ella rápidamente se aleja de mí y se va corriendo por las escaleras.
Me paso una mano por el pelo peinándolo y miro la foto de Martín que yace sobre la chimenea.
—No dejaré que tu hijo bastardo arruine mis planes, me voy a deshacer de él y si tengo que matarlo como lo hice contigo, lo haré...
✶ALESSANDRO✶
Camino de un lado a otro debatiendo si abrir o no la carta.
Estoy abrumado.
Mi padre está muerto y me dejó una gran fortuna.
Siento como si estuviera viviendo un sueño y una pesadilla al mismo tiempo.
Quién no quiere ser rico, que la vida le cambie de repente y que ya no tenga que volver a preocuparse nunca por el dinero.
En fin.
Siendo sincero no sé qué hacer, todo esto ha sido demasiado, aunque admito que en el fondo saber que heredé una gran fortuna me da cierta tranquilidad. Podría regresar a Chicago.
Podría enfrentar al padre de Andrew y lo que sea que pretenda hacer en mi contra. Ese hombre está empeñado en culparme por la muerte de su hijo, no entiende que fue un accidente. Yo nunca hubiera lastimado a mi mejor amigo.
—Alessandro...
Me doy la vuelta.
—Señora.
—Por favor, no me digas así, no puedo pedirte que me llames tía pero al menos llámame por mi nombre.
—De acuerdo, Margaret.
Ella me sonríe.
—Lamento mi actitud de hace un momento, es solo que todo esto es complicado —me disculpo.
—Entiendo. Viniste buscando a tu padre y en su lugar te encontraste con la terrible noticia de su muerte.
—Bueno, digamos que en parte eso fue lo que me hizo reaccionar así. Pero no puedo mentirle, pena es lo que menos siento por él. Había tantas cosas que quería decirle y ahora me las tengo que tragar.
—Veo mucho resentimiento en tus ojos. No sé cómo hayan estado las cosas, pero te aseguro que mi hermano no era un mal tipo.
Suelto risita socarrona.
—A lo mejor no... pero sí que le faltó mucho carácter para enfrentar a sus padres y defender el amor que le profesaba a mi madre. Al contrario dejó que los separaran.
—¿Cómo se llama tu madre?
—Vivian...
—Lo siento, no sé quién es —suspira—. Mi hermano nunca la mencionó, era un hombre misterioso pero sobre todo solitario. ¿Cuántos años tienes?
—Veinticinco.
—Ya entiendo, yo tenía diecisiete años cuando tu madre estaba embarazada de ti y me encontraba en Sicilia, cuando regresé aquí a la hacienda Martín estaba muy cambiado aunque no entendía por qué y la relación con nuestros padres estaba prácticamente rota. Mi hermano se aisló y nunca se casó, bueno hasta que conoció a Summer. Nunca me dijo nada de lo que le había pasado con tu madre, pero si dices que mis padres lo separaron de tu madre entonces, ahora entiendo por qué nunca más volvieron a hablarse.
—Bueno ya no importa.
—Aún no has dicho por qué buscabas a tu padre.
—Lo hice por mi madre, ella quería que lo conociera —miro la carta.
—¿Ahora que recibas la herencia de tu padre, qué harás? ¿Te quedarás en la hacienda?
—No, realmente no le veo caso. Vine para ver a mi padre y ahora que sé que eso es imposible debería marcharme.
—Por favor, no te vayas, quédate —me pide tomando mi mano—. Ahora que mi hermano murió tú eres la única familia que me queda.
—Pero...
—Por favor —me suplica. La veo tan triste y desesperada que dudo en decirle que no.
—Yo, supongo que me quedaré unos días. Hasta saber bien qué haré con lo que Martín me dejó.
—Estoy segura de que con uno o dos días que estés aquí y que recorras cada rincón de esta hacienda, no querrás irte nunca más. Sierra Dorada en verdad es un lugar mágico.
Me pide que la siga para mostrarme la habitación que será mía el tiempo que decida estar aquí.
Yo solo puedo decir que, me tomaré todo esto con calma y tan pronto pueda regresaré a Chicago.