Capítulo 3

✶Alessandro✶

Mis palabras dejaron a todos sumidos en un completo silencio, las caras de sorpresa y consternación que pusieron me confirmaron que mi progenitor todavía no le había hablado de mí a nadie.

Quizás mi madre se había equivocado al decir que Martín me recibiría con los brazos abiertos cuando evidentemente yo seguía siendo parte de un secreto.

—¿Pero qué clase de jugarreta es esta? —espetó uno de los dos hombres. Por el extraño uniforme y guantes blancos que llevaba puesto, supuse que sería el mayordomo.

Las mujeres, en cambio, lucían vestidos negros, y hasta entonces me di cuenta de que parecían estar de luto.

—Esto es imposible, mi hermano no tenía ningún hijo —dijo la mujer de mayor edad, aparentaba tener por lo menos unos cuarenta años.

—Claro que Martín no tenía ningún hijo —dijo ahora aquella mujer con la que tuve mi primer encuentro allá afuera.

—Todo esto tiene una explicación —habló el tipo con traje gris, y todos voltearon a verlo.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Señora, lamento ser yo quien lo confirme, pero el señor Martín King sí tenía un hijo. Y si este joven es quien dice ser, entonces sí, él es el hijo de su difunto esposo.

—No, eso no puede ser —exclamó el otro hombre, poniéndose de pie.

—¿Difunto esposo? —repetí, dudoso de haber escuchado aquello.

—Así es —me confirmó aquel hombre—. Lo siento, Alessandro, pero me temo que has llegado un poco tarde, tu padre falleció.

Dejé de mirarlos y me sumergí en mis pensamientos.

No supe qué decir.

No sentí pena, pero sí una gran rabia y frustración al saber que ya no iba a poder verlo a la cara y decirle todo aquello que llevaba dentro. Ya no iba a poder decirle que lo aborrecía por haber sido poco hombre y haber permitido que sus padres trataran tan mal a mi madre, a la mujer que se suponía él amaba.

—Entiendo que es una gran sorpresa para todos —habló de nuevo el hombre de traje gris, sacándome de mis pensamientos.

—¿Por qué Martín nunca dijo nada? —cuestionó aquella mujer, la que se había referido a mi padre como su difunto esposo.

Yo imaginaba que quizás él tendría una familia, hijos, pero qué clase de pervertido se casa con una mujer que podría ser su hija.

Ya no sé qué es peor: si la noticia de que mi progenitor ha muerto antes de que pudiera verlo o saber que tengo una madrastra de mi edad.

—El señor King no sabía de la existencia de su hijo. Hace apenas unas semanas se enteró. Desafortunadamente, la muerte lo alcanzó y ya no tuvo tiempo para reconocer a su hijo, pero pensaba hacerlo.

¿En verdad quería hacer eso?

—Dios mío —la mujer mayor se lleva una mano a la boca y se levanta para acercarse a mí. Me mira con una fascinación que a mí me incomoda—. Entonces no hay duda de que eres hijo de mi hermano y, por tanto, mi sobrino.

Algunas lágrimas brotan de sus ojos y rápidamente se las limpia con un pañuelo.

—Soy Margaret, tu tía —se presenta, y yo solo me limito a asentir.

—Supongo que el que sea hijo de Martín no cambia en nada las cláusulas del testamento, ¿verdad?

—¿Pero qué pregunta es esa, Julián? —le habla Margaret, viéndolo disgustada.

La mujer de mi padre no dice nada, me mira pensante.

Parece que a ella le afectó más enterarse de que su esposo era mi padre.

—Aún no he terminado de leer el testamento. Esta vez lo haré con Alessandro presente y así sabrán de todo lo que dispuso el señor King.

Nadie se opone a lo que ese hombre dice. Ahora entiendo que es el abogado de Martín.

Margaret me pide que me siente a su lado.

Realmente no quiero hacerlo. Siento que nada de esto tiene que ver conmigo, ahora que mi padre ha muerto nada me dice que deba quedarme aquí, debería darme la vuelta y marcharme.

Considero hacer eso, ya que no me interesa lo que diga ese testamento, pero Margaret se aferra a mi brazo y me lleva hacia el sofá del cual se levantó antes.

Tendré que pensar lo que haré. Vine aquí por petición de mi madre para darle la tranquilidad que ella necesitaba, pero si mi padre está muerto, entonces ya nada tengo que hacer aquí, aunque volver a Chicago tampoco es una opción.

El abogado empieza con la lectura del testamento. Escucho cada voluntad de mi padre hasta la parte en que menciona a su viuda y la miro.

Sigo sin poder creer que ella se haya casado con él. Es una mujer muy joven, posee una gran belleza y, además, tiene un cuerpo bastante atractivo.

No puedo imaginarla siquiera junto a un hombre tan viejo como era mi padre.

—Tercero y último —dejo de mirar a la mujer de mi padre y presto atención a lo que el abogado está diciendo—. El resto de mis bienes, mi hacienda Sierra Dorada, mis propiedades en el extranjero, mis cuentas bancarias y todo lo que poseo se lo dejo a mi hermosa esposa, Summer Caruso, y a mi hijo, Alessandro Lombardi.

¿Qué?!

¿He oído bien? ¿Mi padre me nombró como uno de sus herederos?

—Dios mediante, cuando yo haya muerto, mi hijo habrá sido reconocido, pero si por cualquier razón yo llego a faltar mucho antes de que eso suceda, lo dejo nombrado aquí únicamente con el apellido de su madre.

El abogado termina de leer y me mira.

—Tu padre te dejó la mitad de toda su fortuna.

Estoy atónito.

✶SUMMER✶

—¿Cómo que le dejó la mitad de su fortuna? —inquiere Julián, y le lanzo una mirada como diciendo que se calme. Sé que debe de estar maldiciendo a Martín. A todos, la noticia de que mi esposo tenía un hijo nos ha caído como un balde de agua fría.

Yo misma estoy que aún no me lo creo.

El hombre al que traté como a un simple peón resultó ser el hijo bastardo de mi esposo.

—Mi hermano hizo bien —dice Margaret. Se nota que la noticia de que es tía la ha hecho meramente feliz; al menos ha hecho que dejara de llorar como una mártir por la pérdida de su hermano.

—También dejó una carta —dice el abogado.

Extiende la carta y se la da a Alessandro. Él la toma sin decir nada.

—Bueno, esto es todo. ¿Tienen alguna duda? —nos mira, pero nadie dice nada.

Margaret le da las gracias. El abogado se despide diciendo que podemos ir a buscarlo a su despacho por cualquier duda. Estará a la espera de nuevas órdenes para cuando queramos disponer de la herencia.

—Yo quiero saber cómo es que Martín no sabía nada de ti —murmura Julián, paseándose de un lado a otro como león enjaulado.

Algo me dice que la mitad de la herencia que mi esposo me dejó no será suficiente para saciar su ambición.

—A mí también me gustaría saber —dice Margaret.

—Es una larga historia que no me interesa tocar y menos con ustedes —Alessandro se marcha, apretando la carta.

—Iré a hablar con él —mi cuñada va trás él, y me quedo a solas con Julián, quien no espera un segundo más para maldecir a Martín.

—¡Un hijo! —arroja un florero al piso—. ¡Un hijo bastardo, eso es lo que es, maldita sea!

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