El dolor de amar
El dolor de amar
Por: jdejnunezp
El amor lo puede todo

Como todas las noches desde hacía un par de años, Kenay, que en Lakota significa: «hombre fuerte y valeroso, único en su género», un joven guerrero Sioux Santee, paseaba frente al tipi, «lugar para vivir», donde habitaba Aiyana, «Eterna Flor», la hermosa muchacha Sioux Teton, de la que se había enamorado desde que la viera por primera vez y a la que pretendía.

Kenay, tenía diecinueve años, era alto, un metro con ochenta de estatura, pesaba ochenta kilos de puro músculo, sus ojos y sus cabellos, negros como la noche.

Su cabellera, azabache, muy lisa, llegaba poco más debajo de sus hombros y siempre lucía sedosa y brillante, arreglada perfectamente con el tocado de plumas.

Su nariz, algo prominente y medio aguileña, boca de tamaño regular, con labios delgados y alargados, su piel tostada por el sol.

Aiyana, tenía diecisiete años, buena estatura, un metro con setenta, pesaba sesenta kilos, muy bien distribuidos en sus formas generosas y firmes, ojos grandes, de mirada franca y limpia, inteligentes, nariz respingada, boca de labios carnosos y sensuales, que eran toda una invitación a probarlos.

De sonrisa fácil y alegre, sus cabellos largos y negros como sus ojos, siempre bien arreglados con los diferentes tocados que ella utilizaba, en general era una joven hermosa, cariñosa y tierna.

Mientras Kenay, caminaba a las afueras del tipi, le ofrecía una dulce serenata, interpretando canciones tradicionales, con su pequeña flauta, cortejando de esa manera y de acuerdo a la tradición Lakota, a la bella doncella.

El ritual decía que, si aceptaba aquellos cortejos, debía salir envuelta en una sábana blanca y al estar frente a él, abrirla, en clara señal de aceptación para ser su esposa, y entonces, no había nada que les impidiera unirse en matrimonio y ser felices como tanto lo deseaban.

La alegría de Kenay, fue notable al ver que era correspondido por la bella Aiyana, por lo que, de inmediato se dispuso para dar el siguiente paso y convertirla en su esposa, esa misma noche habló con sus padres. 

—Padre… quiero casarme con Aiyana, y pido tu bendición para hacerlo —decía Kenay, el joven guerrero, sentado frente a su padre, Takoda, «amigo de todos», en el interior del tipi, con la presencia de la madre como fiel testigo de los sentimientos de su querido hijo de quién se sentía orgullosa.

—¿Ya lo has pensado bien, Kenay…? El matrimonio no es cosa de juego ni mucho menos algo que se pueda romper fácilmente, el matrimonio es para toda la vida…

—Sí, padre… no sólo lo he pensado, sino que sé que es la mujer con la que quiero compartir mi vida para toda la eternidad Wakantanka, «el gran misterio», bendecirá nuestra unión.

—Si es así, hablaré con los padres de Aiyana, para que se traten y se conozcan, si siguen con la misma idea… después de la ceremonia del Sol, podrán casarse.

—Cómo usted diga, padre.

Al día siguiente, los padres de Kenay, lo acompañaron para hablar con los padres de Aiyana, estando ella presente, después de hablar sobre el asunto y ponerse de acuerdo con la aceptación de la pareja, fijaron la fecha para la boda.

Salían los seis del tipi, sonrientes y satisfechos, cuando de pronto, se paró frente a ellos Unkas Hoksila, «zorro joven», el más destacado de los jóvenes guerreros, conocido por su carácter duro, violento y determinado.

—Yo quiero a Aiyana, como esposa… —les dijo con voz ronca— tengo derecho a ella y vengo a reclamarla para mí.

Todos voltearon a ver a la muchacha, que movió la cabeza negando, ella misma no comprendía aquello, que la dejó sin poder decir nada, por la inesperada sorpresa.

—Ella ya está pedida y dada, como debe de ser —dijo Kange, «cuervo», el padre de Aiyana— llegas tarde Unkas Hoksila.

—No me importa… la quiero para mí y así será —masculló con más determinación al tiempo que lanzaba su cuchillo, el cual se clavó en medio de los pies de Kenay.

Todos sabían lo que significaba aquella actitud, así como también sabían que ya no había marcha atrás, Unkas lo estaba retando a una pelea a muerte y si no la aceptaba, Kenay, tendría que irse de la tribu con la vergüenza de ser un cobarde, además, Aiyana, tendría que casarse con Unkas, aunque así no lo deseara, de otra forma, ambos jóvenes guerreros lucharían hasta la muerte de alguno de los dos y el vencedor se quedaría con la hermosa Sioux.

Unkas Hoksila, al igual que todos los Sioux, era alto, uno noventa y siete de estatura, con cien kilos de peso, de puro músculo, facciones toscas y una marcada nariz aguileña, su mirada dura y severa, imponía hasta al más valiente, además, en la tribu era bien conocida su ferocidad y su capacidad para pelear.

En ese momento, en que estaba de pie frente a todos aquellos que minutos antes gozaban de una gran felicidad, se veía más imponente y amenazante que nunca, su rostro, serio y determinado, no podía ocultar la frustración y el coraje que sentía de ver a Aiyana, al lado de Kenay, realmente estaba decidido a todo con tal de tener a la hermosa mujer para él y que todos lo aceptaran abiertamente.

Nadie se había movido de su lugar, sorprendidos por la reacción de Unkas, que era ir al extremo de las cosas, no obstante, fue Kenay, quien sin perder el aplomo que siempre había demostrado en cualquier situación, se agachó sobre su cintura, tomó el cuchillo por el mano y lo extrajo de la tierra, para luego lanzarlo a los pies del retador, era la respuesta clara a que aceptaba el duelo.

Sin decir más, Unkas, se agachó a recoger su cuchillo y junto con Kenay, se dirigieron al tipi del gran jefe para exponerle la situación.

Aiyana, y los demás, se quedaron expectantes, aunque ella estaba nerviosa no lo demostraba, manteniendo una actitud relajada y tranquila.

El gran jefe, Ohiyesa, «siempre gana», los escuchó atentamente y trato de conciliar las cosas entre ellos ya que eran los guerreros jóvenes más destacados de la tribu y no quería perder a ninguno de los dos, no obstante, el aferramiento de Unkas, era tal que no había nada que lo convenciera, quería a la muchacha y si no podía tenerla, no le importaba perder la vida o ganarla quitando de en medio a su rival.

Ante tanta terquedad, el gran jefe aceptó el duelo y este se realizaría cuando el sol estuviera en el cenit al día siguiente, frente a toda la tribu que atestiguaría la legalidad de quién obtuviera el triunfo, les dio otras instrucciones y ellos aceptaron.

—Este no es un entrenamiento, este es un combate de vida o muerte… —le dijo Takoda a su hijo una vez que estuvieron en el tipi familiar— si bien quitarle la vida a un enemigo que está dispuesto a quitarnos la nuestra, es difícil, lo es más quitársela a un amigo, a un conocido, a un compañero de tribu.

—Lo sé papá… —respondió Kenay con tranquilidad— si bien es cierto que Unkas y yo nunca hemos sido amigos, por su forma de ser y sus constantes celos y envidias, también es cierto que es un Santee y como tal debo asimilarlo.

—Sólo espero que, Wakantanka, te ilumine y guíe tu camino, tu vida queda en sus manos y en tu destreza, así que duerme y relajate que mañana te espera la prueba más difícil de tu vida.

—Gracias, padre, por apoyarme siempre en todas las decisiones que he tomado y espero demostrar que todo lo que he aprendido de ti ha sido muy útil.

—Ha sido un honor tenerte como hijo y, sobre todo, haber sido tu maestro y tu guía, sólo espero haberlo hecho bien y que mis enseñanzas se reflejen en tus actos.

En un arranque de sincero cariño, Kenay, abrazó a su padre y le dio las buenas noches, Takoda, lo estrechó entre sus brazos y no dijo nada más.

Mientras Kenay, se tendía en su lecho para tratar de dormir y estar descansado para lo que le esperaba al día siguiente, Takoda, salió del tipi para analizar la situación a la luz de las estrellas.

Se sentía inquieto, nervioso, nunca imaginó que le tocaría vivir aquella experiencia con su hijo, al salir, frente a su tipi, Lonan Hóta, «nube gris», el padre de Unkas, se encontraba en espera, al verse, los dos hombres se sujetaron por el antebrazo derecho en señal de saludo y se desearon buenas noches.

—Me he enterado de lo que ha hecho mi hijo y… —dijo Lonan con cierto pesar.

—No hay nada de que preocuparse, mi viejo amigo —dijo Takoda— las cosas de la juventud son impredecibles y solo Wakantanka, sabe por qué suceden.

—Pero esto no es un juego más de la juventud… esto es de vida o muerte y mañana uno de los dos va a tener que estar llorando la perdida de un hijo —musitó Lonan

—Lo sé y me preparo para ello —respondió Takoda— aunque no es nuestra voluntad la que decidirá lo que tenga que pasar.

—Cierto, siempre has sido un hombre sabio y ahora lo compruebo… lo que tenga que ser será y eso es algo en lo que no podemos intervenir —musitó Logan como si hablara consigo mismo.

—Mi querido amigo… sólo nos queda esperar…

Volvieron a estrecharse los antebrazos y se despidieron, Takoda, lo vio alejarse rumbo a su tipi y en ese momento comprendió la preocupación de Lonan, siempre habían sido buenos amigos y habían participado juntos en algunas cacerías y en algunas batallas, no había nadie en quien confiara más que en él.

Nunca entendió por qué sus hijos no habían sido tan buenos amigos como ellos, pero ambos respetaron la decisión de ellos y los dejaron elegir a sus amistades.

Ahora, Logan, había ido a buscarlo, preocupado, inquieto, aunque no por su hijo Unkas, sino por lo que este iba a hacer con Kenay, comprendía su sentir, estaba convencido de que su hijo iba a terminar con el hijo de su mejor amigo.

Sí, Logan, pensaba, como seguramente todos lo iban a pensar, que Unkas, mataría a Kenay, con facilidad, después de todo había sido el guerrero más destacado y más fuerte de los jóvenes guerreros que se entrenaban para el futuro.

Y a pesar de que lo consideraba como un hecho, su amistad estaba por encima de todo aquello, por eso había ido a buscarlo, para demostrarle que lo estimaba y que pasara lo que pasara, nada ni nadie iba a cambiar ese sentimiento tan profundo que se anidaba en sus pechos y es que la amistad para los Santee era lo principal.

Aunque tal vez lo que pensaba Logan, y lo que los demás darían como un hecho, al ver aquella pelea tenía mucho sentido, la verdad era que, Takoda, sabía que, en cuestión de vida o muerte, nunca hay nada escrito, todo puede cambiar de forma inesperada como el viento, como el volar de un ave, como la vida misma.

Su hijo se estaba convirtiendo en todo un guerrero y maduraba muy rápido y eso nada ni nadie podía detenerlo, se le había educado y preparado para que enfrentara ese cambio de adolescente a hombre y ahora se le presentaban, dos retos vitales, al mismo tiempo y sólo él podía hacerles frente.

Por un lado, amaba con locura a Aiyana, y deseaba casarse con ella para formar un hogar y ser feliz, por el otro, para poder lograrlo debía terminar con la vida de un hombre, de un compañero, de un Sioux, de otra manera, morir era la única forma que tenía para sellar ambos compromisos y estaba convencido de que lo conseguiría de una o de otra forma.

Sólo esperaba que el resultado, fuera algo que les trajera, tranquilidad.

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