25: Desesperación y odio

En aquel pequeño espacio en la alameda central, gobernado por niebla y aquella luz espectral, era difícil saber la hora.

Sin embargo, para la creadora de ese espacio, quien se encontraba sentada en una de las bancas frente al monumento a Miguel Hidalgo, la hora en el mundo real era lo de  menos. Estaba muy absorta en sus propios pensamientos como para preocuparle el tema.

—Costó trabajo… pero lo logré —dijo “Nadia”, recargada sobre sus rodillas sonriendo de satisfacción.

Se reincorporó un poco, para recargarse en el respaldo de la banca y levantó la cabeza para mirar al cielo nublado.

—Y justo a tiempo —dijo manteniendo su sonrisa—, pues falta poco para que se acabe el tiempo.

Se puso de pie, metió las manos en los bolsillos de su chamarra y dijo.

—Es el momento para lanzar mi último ataque y darle el empujón

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