El corazón de Elena Cooper
El corazón de Elena Cooper
Por: Verónica Rengel
Prólogo

Juliana miró con ansias, con los ojos contraídos en lágrimas el reloj analógico colgado en la pared de la habitación del hotel, en el que se llevaría a cabo la ceremonia nupcial.

En un par de horas se convertiría en su esposa, la aclamada señora De Voncelli, sólo de él.

Su respiración subía y bajaba con rapidez, deseó que las agujas del reloj se detuvieran, que la realidad impuesta por su padre fuese una idea descabellada, que todo fuese irreal, una pesadilla. Pero no, en cada pálpito sentía la presión del tener que cumplir el propósito que jamás quiso conceder, menos con él.

El pánico cubrió su delgado cuerpo; que estaba envuelto en una toalla de baño color blanco. Después de aquel día, en que fue vendida a él, al hombre que amó en su adolescencia, al mismo que en un trágico accidente acabó con su vida de modo esporádica.

Porque para él jamás estará con vida, ni vivir para amarlo.

El hecho de recordar la llevó a tocarse la cicatriz que traza en medio de su pecho, mientras que en su mente se reproduce el evento de aquella noche.

Ya no era la misma, sólo cenizas de lo que un día fue.

Su corazón había sido arrancado en un disparo, en una bala, en una mancha de sangre con sed de venganza.

No era la primera vez que su padre Roberto le imponía hacer algo. Pero, Juliana nunca le llegó a tomarlo en cuenta, sin embargo, la orilló a tomar la peor decisión, sin importar qué.

Estar a su lado por dinero, por una guerra de poder.

El pensamiento la llevó a recordar con el alma en pedazos, la locura de la imposición, un amor por contrato, un acto sagrado disfrazados de lobos y bestias, un hecho que obligó a Juliana perder a un amor inocente, a cambiar su vida, y esta vez, para siempre.

Una semanas antes…

Juliana llegó al edificio en el que su padre ejerce el trabajo político del país, la cueva de ratas, lo llamaba su abuela paterna Beatriz, antes de morir de cáncer.

Al entrar la tomó por el brazo cortésmente el senador de Roberto, su padre.

— Es una alegría verte aquí, es de apoyo para Roberto; ahora que está en plena campaña política. —susurra él cerca de Juliana mirándola con la picardía y el deseo de tenerla para él.

Sería la paga perfecta que le pedirá a Roberto al convertirlo en el presidente de México.

Juliana al escucharlo decir aquello chisteó irónica, volteó su rostro a él con la mirada fija. — Estar aquí no es de mi agrado, sólo estoy por una emergencia. — zanjó la muchacha y observó cada movimiento de los que ayudan a dar la figura perfecta de su padre al pueblo mexicano.

Ricardo sonrió, <

>, pensó internamente. Y decidió atacar las órdenes estratégicas que lo ayudarían.

Roberto la recibió con la atípica sonrisa que lo caracteriza, ni le llegaba a las mejillas.

— Bienvenida, hija mía. —saluda su padre colocándose de pie detrás de la mesa de juntas.

Ricardo soltó su mano del brazo de ella. Y con una sonrisa se retiró de la sala de juntas.

Juliana ni se creía la grandísima amabilidad, conocía que su padre era la falsedad personificada. Sin embargo, decidió continuar.

— Gracias, padre. — contestó mirándolo un poco incrédula.

—Tranquila, no debes temer de nada. — expresó ofreciéndole tomar asiento.

Y ella lo tomó. Llamó a su asistente pidiéndole dos tazas con café.

Juliana veía la sala de junta parecida al salón fúnebre de la familia. Un aspecto que la hizo erizar.

Aquí nada bueno saldría, lo podía percibir.

Roberto la encontró observar su alrededor, y recordó el consejo de su senador.

“— La presa está en tus manos, señor Ramírez, no la deje escapar. — refirió el senador aquella noche de copas”.

— Juliana… — la llamó su padre para tener su atención.

— ¿Qué quieres, padre? — inquirió la muchacha después de su llamado.

— Me conoces muy bien, pensé que lo habías olvidado. Pero, veo que no es así, es lo mejor. — espetó Ramírez sonreído. Tomó el sobre amarrillo de la mesa y se lo tendió.

Ella lo tomó.

— Es la mejor oferta que he ofrecido a lo largo de mi vida, y nada más a la dueña de todo mi imperio, deberías sentirte afortunada. — asegura él con una sonrisa.

Mientras que, Juliana leía el documento sin entender qué.

—No sé qué quieres, ¿qué tiene que ver la vida de Francesco Voncelli conmigo? — pregunta ella con expresión de desagrado. Volver a escuchar de él no era bueno.

— Mucho, porque en una semana serás Juliana De Voncelli. — declaró su padre con orgullo.

Juliana se echó a reír. — Te has vuelto un lunático, jamás me casaría con él.

Su sangre hirvió.

“—No le bastó con dejarme sin corazón en medio de la noche.” pensó Juliana para sí.

— Juliana, lo harás. — decretó el anciano mirándola con enojo. —Eres la única vía para lo que quiero y deseo. — añade con los dientes apretados.

Juliana lo miró con horror. — ¿Me estás vendiendo? ¿Y al hijo del gran mafioso de Italia? ¿Al culpable de mis desgracias? — inquiere ella con los ojos anegados en lágrimas colocándose la manos sobre su pecho.

Jamás pensó en la vida que su padre llegaría a tanto sólo por dinero, y menos con él, con un hombre que la engañó por años y la dañó para siempre.

— Si, porque no soy de caer, ni menos en la miseria. Y es la mejor opción que haré, porque nadie me verá en la quiebra. Además deberá pagar cada centavo que di para que volvieras a la vida. —determinó Roberto desafiando a su hija, nada lo haría su brazo torcer. — Y como hija buena que eres, sé que lo harás. Podría ayudarte en cobrarte por lo que hizo. —refirió él de nuevo queriéndola entrar en una razón que Juliana no deseaba, ni quería entender.

Juliana lo miró con los ojos fuera de sí y se levantó de su asiento, le avienta los papales.

—Prefieres destruirme la vida, al lado de un asesino, todo por querer ganar más dinero en el mercado más sucio del mundo…. — le dice ardida, su respiración se entrecorta. — ¡Yo no me casaré con él, papá!— vociferó Juliana, enfrentándolo.

Su padre Roberto se levanta de la silla ejecutiva y la tomó por el rostro y enfocó sus ojos aún más en ella con rudeza.

—Lo harás, irás a firmar el contrato de matrimonio que tienes con Francesco Voncelli, o me veré obligado con acabarle la vida al miserable de Daniel… —Juliana negaba con su cabeza la idea de su padre, Daniel lo es todo en la vida.

— No eres capaz de hacerlo, estás en plena campaña política, haré un escándalo, diré lo que eres. — declaró la muchacha con el pecho apretado, con el corazón acelerado.

Su amenaza la hizo cimbrar. Sin embargo, decidió continuar.

Roberto se ríe.

— No seas ilusa, nadie creerá lo que digas, el pueblo confía en mí. — Dice su padre estrujando su agarre. — Y de una vez, te lo diré, hoy en el cielo habrá un alma nueva, y mañana a un funeral al que no asistirás. —amenazó muy cerca del rostro de ella y con la débil carta de su juego.

— Daniel…—dijo ella en un hilo de voz. — No le harás nada, él no se merece la muerte. — expresó dolida, debía huir, muy lejos. — Mátame a mí, pero a él no lo toques. — Roberto se ríe.

— Ah, claro, matar a la pieza clave. ¿Qué clase de hija eres? — le inquiere su padre haciéndose la víctima.

— La misma pregunta te hago a ti, ¿qué clase padre eres? Porque no veo que lo seas, el papel de buen padre jamás te llegará ni a los tobillos, porque eres un miserable. — soltó Juliana con la voz dura. Pero con el corazón dolido.

Roberto le lanza una bofetada. — ¿Cómo te atreves a decirme semejante barbaridad, niña malcriada? Te he dado la vida que quieres, lo mejores lujos, y con ¿esto me pagas? Eres peor que Judas, ¿pero yo sí? Dejar en el fango al ser que colocó vida en el inútil vientre de tu madre y salvarle la vida al mediocre de novio que tienes. No eres buena para nada. — dictaminó Roberto ardido, con los ojos llenos de ira, contenido, pero jamás por vencido.

Juliana cumplirá su palabra.

Juliana enseguida le escupió en la cara. — ¡Eres una grosera! — gritó con furia Roberto, soltándola.

— Claro que no lo soy, para usted, señor Ramírez jamás lo sido. Eres un animal... — y se retira de la oficina corriendo.

— OK, perfecto, sentido pésame. —espetó Roberto tras sonar con fuerza la puerta y verla huir.

Enseguida llamó a su aliado. —Es hora de actuar.

Su destino, sus días estaban contados, pensó de inmediato. Y por la ilusa relación de amor en verano no dejaría que su negocio, ni su candidatura que lo llevará a la cima del éxito, se cuelen por la borda. Para él, Juliana mordió su anzuelo, su vida le pertenecía a Francesco Voncelli, y a nadie más.

Se acomoda por enésima vez su cabello corto color avellana, mirándose al vidrio de la ventana del auto, el reflejo de su rostro indica el gran miedo que poseía.

No quería perderlo, a él no.

Llegó a su casa con temblor en sus manos, reconocía el poder de su padre, gritó en su interior. Recogió su ropa del armario, y salió de allí sin aliento.

Daniel al verla llegar a su habitación sonrió, lo había tomado por sorpresa, pero al ver su rostro endureció su semblante.

Juliana al verlo se lanzó a sus brazos y lo besó con pasión.

— Amor, ¿qué pasó?— inquiere Daniel en su boca, su manera de besarlo lo descolocó.

— Debemos huir, amor. Mi padre viene a matarte…— dijo la muchacha sin dejar de besarlo. Daniel niega con la cabeza.

— Es imposible que desee matarme. — acuna en sus manos su rostro.

— Para él, amor, no existen los imposible, todo es posible. — expresó ella con la voz quebraba, el dolor que un reniego y una ambición han causado.

— No moriré, nada malo sucederá. No tiene razón en hacerlo. — dice él intentando calmarla, en cambio, Juliana se separó un poco de él.

— Su candidatura para la presidencia de México está por encima de mí, él me vendió a un hombre de la mafia, con el motivo de hacerlo llevar a ganar.

En realidad, para mi padre soy su mejor carta para apostar. — manifiesta la muchacha mirándolo con gran dolor en sus ojos. — Yo…

Daniel se acercó a ella, y la abrazó. Y sin contener, ella se desploma en su hombro.

— Tú eres mía, y de nadie más. Lo que él ha decidido hacer lo rebaja a perder, y lo sabes. — explicó con voz suave, pero con impotencia.

Le duele verla desboronase. — Lo de venderte es una locura, iremos a denunciarlo. — Ella se niega en sus brazos.

— Nadie nos creerá, el mundo está contra mí. — emite en un hilo de voz.

Daniel entendiéndolo todo soltó una maldición. — Nadie te quitará de mi lado, mi amor, daré mi vida por ti. — zanjó con dolor, la tomó con suavidad y la besó con fuerzas.

Juliana enredó sus dedos en su cabello color negro, y lo acarició hincando más sus labios a él, él la devora con lentitud, con pasión, cada mover de sus labios contra lo suyos es un plus de amor, de placer.

En instante fueron invadidos por el ardor del amor, sus respiraciones se entremezclaban, sus lenguas chocaban con suavidad, sus gemidos eran ecos por todo el lugar.

Daniel tentó con recorrer, tocándola con pausa, en tono de vivacidad Juliana le exige a más, a lo que él comenzó atravesar cada parte de su piel, con besos, acaricias.

Y en un momento, Daniel navega dentro de ella, con un placer inexplicable, con movimientos prohibidos, causándole el máximo placer a sus almas. Ella le seguía su ritmo, su manera, le pedía con ímpetu, sus pieles se unían en una llama placentera.

Tomarse uno al otro era inspiración, uno era esclavo del otro, ambos volviéndose locos en un sentir, atrapados en una profunda sensación, su lenguaje de amor se daban vida, no había lugar al dolor, sólo al amor.

No había motivos por acabar, percibían en sus latidos no detener el momento, tomados de las manos, aclamando uno al otro en susurros, en gemidos, era el único rincón seguro para sus vidas.

Unidos con el alma era recobrar vida. No daban créditos al mal pensamiento, eran uno solo, en carne, alma y espíritu.

Y en un alucinador placer los derivó al mayor clímax. Daniel no dejó de besarla, de decirle cuánto la ama, de acariciar su piel blanquecina, aún ella encima de su cintura, envuelta en la nube de la delicia del amor, sintiéndose a salvo en sus brazos, en una nueva vida, lejos de la maldad.

Es un paraíso. Pero él sintió en su pecho dolor, una intuición maligna, y la abrazó con fuerzas.

— Nunca me separaré de ti, a tu lado permaneceré para siempre, amor. — expresó él con la voz atribulada, un mal sentir se apoderó por completo de su ser.

Ella sonrió, lo besó. — De eso, amor, no tengo la menor duda. — y acarició sus mejillas.

De repente se escuchan pasos cerca de la entrada del taller, y seguidamente un golpe en la puerta, los alerta, se visten con rapidez y comienzan a mirar alrededor con pasos en silenciosos, y entró en un abrir y cerrar de ojos un matón encubierto enviado por Roberto al taller, lo detalló, alzó la pistola y disparó directo en la cabeza de Daniel, y se largó.

Él cae al suelo, y ella suelta un grito de horror.

— ¡DANIEL!… mi amor… ¡Despierta, por favor!— socorre Juliana con pánico lanzándose a su lado. — No puedes dejarme, amor…— expresó en un grito con sus manos en su rostro bañando en sangre.

Daniel con la respiración en ida, sólo la miró con una sonrisa. — Te amaré por siempre, amor…— y cae inerte en sus brazos, a lo que Juliana quiebra en llanto.

— Nooooooo…Daniel, no puedes dejarme...— vocifera la muchacha en colapso, no podía creerse la ausencia de él en sus brazos, verse en la vida sin él es inaceptable.

Una posibilidad inimaginable.

Lo besa con dolor, con desesperación, pidiendo auxilio, pero era tarde. Sus ojos se habían cerrado, su vida fue quitada como había sido sentenciada desde el principio.

Repetía una y otra “vuelve”, “no me dejes”, lo estremecía contra su pecho en un crujir de dolor, intentando por darle la vida, pero nada lo haría volver.

Lo continúa mirándolo negando con la cabeza sin poder creérselo.

— Jamás morirás, eres un amor eterno. — y lo besó. — No te diré un adiós, sino espérame en el cielo, amor. — y se deshace en él con el corazón en pedazos.

Sin dilación al asunto encomendado, dos hombres de Roberto la atrapan, a lo que ella empezó a gritar.

— Suélteme, par de idiotas…. — gritó la muchacha estrujándose en el agarre de los hombres.

Llegó uno más a llevarse el cuerpo. —No, por favor, no se lo lleven. —rogó Juliana al ver cómo embolsan el cuerpo de Daniel en una bolsa plástica color negro.

Juliana siguió pidiendo ayuda mientras que era trasladada, daba golpetazos, calvaba sus dientes, pero ninguno de los hombres de fuerzas se inmuta a su defensa. Roberto al ver a su hija sonrió, ganó una vez más.

— Te lo advertí, hija. — zanjó su padre al tenerla cerca al salir del taller de Daniel por sus hombres.

Juliana volteó a verlo, y le dio asco, y le lanzó una mirada asesina.

— Te odio, eres el peor… ¡eres un asesino! — vociferó sin impórtale estar delante del hombre a quien fue vendida, Francesco Voncelli, que al verlo se indignó más. — ¿Y qué ahora matarás al hijo que llevo en mi vientre? — inquiere Juliana retando a su padre.

Para él verla de nuevo, es completamente nuevo, no había reacción ni emoción. Sólo ella, se limitó a mirar y a ejecutar órdenes.

Su padre se ríe al escucharla.

— Pero qué soñadora me saliste, hija mía. — comentó con burla.

— No soy tu hija, jamás sería hija de un asesino… y sí, estoy embarazada. — asegura ella sin dejar de mirarlo.

— Señor Ramírez, el embarazo no está en el contrato. — anunció Francesco en su acento italiano.

Escucharlo le retorció la vil. Ni porque pasen los años deja de ser, es el mismo sentir.

— Deja de decir bobadas, mija. — y se ríe Roberto mirando a su hija. — Juliana no está embarazada, lo dice porque está dolida, ya se le pasará la maluquera de amor que tenía por ese man que no servía ni para lavar los platos. —le refiere él a Francesco que asiente con el rostro contraído. — Él ya no está, Dios lo llamó. — dice él y le sonríe con cinismo a su hija. — Y tranquilo, Francesco, ya puedes llevártela. — ordenó Roberto.

— Nos veremos en la boda. —culmina diciéndole, dirige su mirada a ella. — Bienvenida al juego, hija.

Juliana soltó una maldición al ver a su padre cometer el peor error en su vida, dejándola al lado de un hombre de corazón negro.

Intenta zafarse de los hombres, a lo que Francesco se acercó a ella.

— Deja de hacerlo, estás a salvo a mi lado. — le expresó él en su acento natal.

Pero ella no le creía en lo absoluto, y le escupió. Él la miró con dureza, y la tomó por el rostro.

— Huiré de ti, eres el infierno mismo. — dice Juliana con ira.

— Jamás, eres mía. — aclaró él fijando sus ojos verdes en los de ella, con la quijada apretada.

— Nunca he sido tuya, y jamás lo seré. — contestó sin apartar su ojos de los suyos.

Y en el impulso del carácter de ella lo alteró, sus palabras lo clavaban a la herida del pasado.

Y guiado por la sensación de dolor que dejó su corazón en aquel día lo conllevó a besarla con fiera, con desosiego, al punto de doler, de tristeza y la desolación.

Juliana al sentir sus labios le era conocido, su ritmo era letal, más que la última vez que lo sintió. Era su secreto, el mayor miedo de volver a sentirlo.

A cada mover le llegó un recuerdo más. Y no, nada podía ser. No ahora, él es su enemigo.

Francesco continúo besándola, indicó con sus manos a los hombres que la soltaran y la tomó en sus brazos con posesión.

Y por un instante el mundo dejó de girar, tirando del presente al olvido y el pasado de vuelta. A lo que un día fue, y aún está.

Duele decir no más, la cabeza de Juliana era un rollo de recuerdos, de fuertes momentos, y todo a su lado.

Ella lo conocía, mucho más de lo que llegó a tener con Daniel, Francesco fue su premier, una puntada inolvidable.

La lluvia comenzó a caer sobre sus cuerpos unidos en el emblemático beso de reencuentro. Ninguno se inmutó a nada, sólo a revivir lo que fue.

— Toda una vida esperé por ti…— afirma él sobre sus labios enrojecidos. — He vuelto por lo que siempre ha sido. —añade mirándola a sus ojos.

Ella no coordinó a detenerlo a no más, lo que sucedió unas horas atrás sus labios sobre los suyos en un vaivén lo borró, su dolor era la herida del ayer. Sentirlo de nuevo no era lo idéntico a lo que sucedió en un par de años atrás.

— Es una mentira…— susurró Juliana con la voz débil. — No caeré de nuevo. —asegura volviéndose a una compostura de frialdad.

Francesco se ríe. — Lo dirás pero el corazón cayó, y lo sabes. — para ella no fue ideal darle cabida a lo que un día enterró, y en el acto lo abofetea.

— Nunca me volverás a besar, y en un ningún momento seré de ti, ni de nadie más. — declaró con voz dura.

Después de recordar el inicio de todo el desastre en el que ahora se hará una realidad, terminó hecha ovillo en su cama, arrugando toalla, con el pecho ardiendo de dolor, llevándose sus manos a su vientre, quebrando su alma en llanto.

Enseguida llegó a la habitación la encargada del maquillaje.

— Oh, señorita, ¿está bien? — inquirió la mujer con preocupación acercándose a ella.

— No quiero casarme con él. — expresó Juliana con la voz ahogada. La mujer no entendiéndolo todo, no sabiendo la razón de su miedo, de su reniego, tomó asiento a su lado y la abrazó.

— Todo estará bien, señorita, él será un buen hombre para usted. — asegura la señora con una sonrisa. Ella negó con la cabeza, y su pecho dolió más.

Francesco mirándose frente al espejo con el reflejo del dolor de su amor, se desvanecido por lo que no debió ser, no de la manera que deseaba.

En un momento, su piel absorbió el malestar de aquel día, en el que estaba apunto de estar a su lado para siempre. Sin embargo, le llegó una deuda, muy pesada, causándole el mayor dolor posible.

Perderla.

Un contrato no era la unión, las órdenes establecidas por el negocio no dirigían el corazón al deseo existente, ni crear un falso matrimonio para afianzar alianzas no era el amor que los definía.

Todo es más de lo que podían sentir, es inmerecido, es inevitable.

Y la boda se llevó a cabo, a todo dar, una decoración de lujos, en lino fino y oro. Todo salió a la perfección, el protocolo se manejó con máxima excelencia, no había ningún margen de error.

Una boda de ensueños.

Francesco y Juliana ahogaron su mal de amor en el alcohol en su respectiva mesa, él la miró de reojo, intentó aguardarla pero decidió dejar todo en una copa de vino blanco. Ya era suficiente con lo demás.

Los invitados disfrutaban de la fiesta, bailaban, reían, ingerían lo del menú. Roberto enfocó su nombre a todo dar en la celebración, a lo que ella le causó repulsión, soltó una maldición con la sangre hirviendo por sus venas.

A Francesco no le agradó su diplomático discurso, su padre lo venera, con grandes aplausos y silbidos.

Nunca llegó a entender el por qué él dañó a su única hija, y enrollarla en un sucio mundo que no merecía estar. Aunque él también es culpable de lo mal de su vida.

Juliana miró todo con dolor, no aguantó más la falsedad de todos, e inclusive la de él, le pareció patética.

Se levantó de su silla y salió a pasos apresurados del salón. Él miró su salida, y enseguida la siguió.

Fue al balcón de su habitación del hotel, muy lejos de todo lo que la rodeaba, y lloró con fuerzas.

Francesco preguntó en la recepción por ella, y le indicaron el número de su habitación.

Al encontrarla allí, tirada en el suelo quebrada en lágrimas, su corazón se partió en pedazos.

— Juliana… —susurró su nombre con voz suave. Al ella escucharlo ardió en su interior.

—Déjame sola, por favor. — contestó con la voz débil.

— No me iré, no lo haré. —asegura él acercándose poco a poco a ella.

Juliana negó con la cabeza y soltó una amarga risa. — Lo harás, lo hiciste una vez… —comentó con la voz raposa.

— Me llevaron a la fuerza, jamás lo haría, y lo sabes, princesa. — declaró Francesco recordándolo todo.

— ¿Princesa? —inquiere ella con enojo. Él sin duda alguna, la tomó en sus brazos con ligereza, y la colocó en la mesa de noche, y la apresa en su cintura.

Ella se quejó con debilidad, su respiración se aceleró, su olor la está cediendo a lo prohibido, a lo que no podía ser.

—Perdóname, princesa mía. — anunció en italiano, y acaricia la cicatriz de su pecho.

Se estremeció al sentirlo profundizar. Ella arroja a un lado su mal, y decide dejarlo continuar.

Percibía en él lo que en nadie encontró. Sólo en él.

Con lentitud Francesco tocó cada parte de su piel, con delicadeza bajó de sus hombros los tirantes del vestido de novia, dejando al descubierto su pecho, desnudo a él, y besó cada espacio con suavidad.

Ella cerró sus ojos, sus labios forman magia en su piel, él mirándola hacerse, apretar más sus piernas contra su cintura, acercándose a sentir más, no halló la razón de detenerlo, prosiguió en brotar lo que aclama su vida día a día, tenerla en sus brazos.

Después de tentar cada vez más, caen en el lazo de la pasión, del placer, se entregan uno al otro, sin decir nada, sólo darse lo que sus corazones desean.

Y de aquella noche salió la luz del fuego que pondría arder al mundo.

Nació el corazón de Elena Cooper.

La nueva reina de la mafia.

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