La cafetería olía a pan de almendra y café recién molido, pero Sandra no saboreaba nada. Solo sentía un nudo en la garganta que le impedía tragar, una opresión en el pecho que le cortaba el aire. Estaba sentada frente a Akiro, en una pequeña mesa junto a la ventana, con los brazos cruzados y la mirada perdida en el vapor que escapaba de su taza.
Él, en cambio, estaba cómodo. Demasiado cómodo. Se quitó la bufanda, se remangó la camisa y la miró como si tuviera todo el tiempo del mundo. Como si nada de lo que había ocurrido le pesara.
—¿Vas a decir algo? —preguntó ella al fin, con la voz rasposa. Akiro alzó una ceja.
—Te estoy dando espacio. ─Akiro sonrió recordando los titulares que mandó a publicar con sus fotos. En este momento todos deben saber que su prometida es nada más y nada menos que la nieta de Haifar, Shalabi la princesa perdida de los Emiratos Arabe.
—No deberías haberme besado. ─Akiro se encogió de hombros. Luego sonrió, como si todo fuera parte de un plan perfectamente e