—Recházalo.—Rodrigo empujó la puerta de la oficina—dame un café, por favor.
Terminando sus palabras, caminó hacia el escritorio.
—El señor Fernández dice que no va a salir si usted no le atiende
Rodrigo echó un vistazo a la secretaria.
La secretaria bajó la cabeza enseguida.
—Llévalo aquí.—Se sentó, y se desabrochó el traje.
Pronto la secretaria lo llevó a Javier a la oficina, con un café.
La cara de Javier estaba llena de queja y le preguntó.—¿De dónde encontraste a aquella mujer?
Rodrigo tomó el café, ordenó a la secretaria que saliera, y luego leventó las miradas a Javier.
—¡Mira las heridas!—Javier señaló su cuello, con una herida obvia, y una venda se pegó en su muñeca.—Casi me cortó el tendón de mano.
Rodrigo echó un vistazo a las heridas de Javier y sintió un poco de alegría en su corazón.
Le preguntó fingiendo no saber nada.—¿Qué pasó?
Javier aún sintió temor.—¡Esa mujer llevó un cuchillo y lo usaba con mucha habilidad! El médico me dijo que no me cortó la arteria por suerte. N