Sansón estaba agachado frente a la puerta de mi casa, temblando bajo el frío viento. Cuando me vio acercarme, un destello de esperanza brilló en sus ojos.
Fruncí el ceño:
—¿Qué haces aquí?
Sansón se apresuró a tomar mi mano, suplicando desesperado:
—Betania, sé que me equivoqué. No me abandones, solo yo te amo de verdad.
Al sentir la ruptura del vínculo de apareamiento cuando me fui, había entrado en pánico y me había buscado por todas partes.
Pero al ver su falsa expresión de arrepentimiento, solo sentí náuseas.
Sus ojos estaban inyectados en sangre:
—Betania, ya expulsé a Dulce de la manada. Esto es el pastel que más te gusta. Haré todo lo que digas, por favor, no me dejes.
Retiré mi mano con fuerza y tiré el pastel que me ofrecía.
—No lo quiero. Todo lo que tocas me da asco.
El mismo que antes se quejaba de que lo controlaba demasiado, que decía que era pegajosa, que fingió su muerte para escaparme, ahora se arrastraba de rodillas rogando mi perdón.
—Te amé porque creí que e