CAPÍTULO 34

Llevaban unas dos horas desde que llegaron a la clina veterinaria, Soren dio la orden de que le dieran al perro la mejor atención sin importar el costo. Y en un parpadeo un grupo de veterinarios estaba rodeando al animal herido mientras lo llevaban a una sala.

Desde entonces ninguno había hablado, de hecho, él mantuvo distancia con ella. No hacía más que ver por la ventana y Clarisse se preguntaba qué estaría pasando por su cabeza. Se notaba perdido en sus pensamientos, los cuales parecían ser bastante abrumadores porque ni siquiera se movía.

Clarisse tomó una gran bocana de aire y se levantó de la silla en la que estuvo desde hace rato.

—¿Estás bien? —preguntó, suavemente, pero él ni se inmutó—. Soren, habla conmigo. ¿Qué pasó allá? Estabas tan…

—Perdí el control.

Su voz sonó seca y amarga, estaba disgustado consigo mismo luego de perderse en su ira de esa manera frente a ella.

—Sí, eso fue bastante claro —comentó Clarisse—. ¿Por qué?

—Yo… —no supo qué decir.

No podría hablarle de su
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