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El salón de fiestas del castillo era tan grande como los baños, que era el recinto más grande que hubiera visto en mi vida. Aine y sus amigas se habían lucido con la decoración, y comprendí por qué les había llevado más de dos semanas prepararla. Una orquesta ocupaba un rincón cercano a las imponentes puertas.

El salón tenía una amplia galería que corría alrededor de las cuatro paredes a la altura del segundo nivel, con largas mesas y bancos de madera, donde se sentarían los lobos de menor jerarquía de la manada del Valle. Y yo, gracias a Dios.

Bajo la galería, en el nivel principal, las mesas tenían sillas en vez de bancos. Una larga mesa, similar a la del gran comedor, estaba ubicada en una tarima por delante de la pared posterior del salón, cubierto con los pendones azules, rojos y verdes que identificaban a las tres manadas. Esta mesa

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