Aine sofrenó su caballo y el que traía de la brida para llevarlos al paso a la par mía, mientras yo intentaba ignorarla, negándome a salir al sendero.
—Vamos, Risa, no seas tonta. No puedes ir a pie todo el camino al pueblo.
—Regresa al castillo, Aine —dije, sin reverencias ni tratamientos especiales—. Me las he arreglado sola toda la vida y no preciso ayuda para regresar a casa de Tea. Dile a tu madre que gracias por todo, pero aprecio más mi vida que sus promesas.
—Ya lo sé, por eso estoy aquí. Al menos toma mi yegua. Se llama Briga y conoce el camino de memoria. Podrás estar en el pueblo antes del amanecer.
Me detuve gruñendo y la enfrenté intentando contener mi enfado. Al fin y al cabo, sólo obedecía órdenes.
—¿Qué es esto, Aine? ¿Las disculpas de tu madre? ¿Qué demonios haces aquí?
Se inclinó hacia mí ceñuda.
—Mamá no sabe que estoy aquí. Si ella o tu lobo me descubren, acabaré limpiando letrinas con tus amigas.
No