Capítulo 120Perdiendo el control. La lámpara se estrelló contra la pared y se hizo trizas. Los fragmentos cayeron sobre la alfombra desordenada de la habitación 213 del viejo hotel donde Anthony se escondía. Respiraba agitado, las venas marcadas en su cuello, los puños cerrados con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. El espejo del baño colgaba torcido tras un puñetazo mal dado y el colchón estaba medio volteado, como si buscara algo que no estaba allí: el control, la calma, Alessia.—¡Maldito Iván! —rugió, lanzando una silla contra la puerta.La frustración lo carcomía por dentro como ácido. No había planeado las cosas así. Él debía tenerla en sus brazos esta noche, hacerla suya, como tantas veces imaginó. Pero ese bastardo… ese imbécil entrometido le arruinó todo. La voz de Alessia, temerosa, débil, sumisa, aún retumbaba en su cabeza cuando lo descubrió, cuando pronunció su nombre con asco y terror. “Eres tú”, le dijo.Anthony se dejó caer de rodillas en medio del desa
Capítulo 121Cómplices. El calor en San Vicente se filtraba por las rendijas de la cabaña, pero Leonard apenas lo notaba.Sentado en la penumbra del salón observaba el blister de pastillas en su mano. Cada una de las cápsulas era una promesa de olvido segura, así que había aprendido a fingir: colocaba la pastilla bajo su lengua y cuando Camila se alejaba la escupía discretamente en el retrete. Desde que decidió dejar de tomarlas, sus recuerdos regresaban a su cabezas en oleadas, fuertes, devastadores. Desordenados pero persistentes.Una risa infantil, la brisa fresca del mar, una melodía suave tarareada en un hermoso atardecer. Y, sobre todo, unos hermosos ojos verdes que lo observaban con una mezcla de amor y urgencia. Aun no sabía quién era ella, pero si presencia en su memoria era tan real como la luz dorada del sol al atardecer, esa que comenzaba a descender por el horizonte. —Leo, ¿Estás bien? —la voz chillona de Camila lo sacó por completo de su ensimismamiento. —Sí, lo es
Capítulo 122Ecos del alma.La celda era fría, húmeda, impregnada de olor a metal oxidado. Alessia se abrazaba las rodillas en un rincón, temblando, los ojos enrojecidos y la piel cubierta de manchas oscuras de polvo. El silencio se quebraba solo por el gotear constante de una tubería rota y los pasos de algún agente al otro lado del pasillo.Iván, en la celda contigua, caminaba de un lado al otro como un león enjaulado. Sus nudillos sangraban ligeramente de tanto golpear las rejas. Cada minuto que pasaba era una gota más de gasolina sobre el fuego que ardía en su pecho.—¡Quiero hablar con un abogado! —gritó por enésima vez, golpeando el hierro con el puño cerrado.Desde la otra celda, Alessia alzó la cabeza, la voz apenas un susurro:—No nos van a dar ninguno, ¿verdad?—No —respondió él con furia contenida—. No mientras sigan jugando este maldito juego. No somos ciudadanos de aquí, somos turistas. Presas fáciles. Necesitan un culpable para resolver este caso y nosotros somos los ide
Capítulo 123Tormenta de recuerdos. La lluvia golpeaba el tejado de lámina como si el cielo entero se desplomara sobre San Vicente. Leonard permanecía sentado frente a la ventana, con las manos entrelazadas, los ojos clavados en el horizonte grisáceo y la respiración contenida. Las imágenes en su cabeza eran cada vez más nítidas, más intensas, más imposibles de ignorar. Ya no eran simples destellos: eran escenas completas.Recordaba una cocina cálida con aroma a canela, una mujer de ojos verdes que reía mientras bailaba descalza sobre el mármol. Él la tomaba de la cintura y la levantaba, haciéndola girar mientras sus labios se encontraban entre carcajadas. También recordaba un hermoso yate, la luz de las velas, pétalos de rosas dispersos en el piso, su voz quebrándose al prometer amarla hasta su último aliento, el temblor en sus dedos al colocarle el anillo. Alessia.Leonard cerró los ojos con fuerza. Camila mentía. Todo el tiempo, lo supo en lo más profundo de su pecho, pero no l
Capítulo 124Persecución silenciosa.La brisa caliente de Puerto España golpeó el rostro de Carlos apenas bajó del avión privado. Sus gafas oscuras no lograban ocultar el ceño fruncido, ni la tensión que lo acompañaba desde hacía horas. Llevaba tres días sin recibir noticias de Iván ni de Alessia, y para un hombre como él, acostumbrado al control absoluto, esa ausencia era una señal clara de que algo andaba mal.—Tenemos que movernos rápido —ordenó, ajustando el auricular en su oído mientras caminaba hacia el convoy de camionetas negras que lo esperaba—. Quiero una línea directa con el hotel donde se hospedaban. Javier, tú vienes conmigo. Los demás, estén atentos. No confíen en nadie.Javier, un detective privado de mirada astuta y hablar pausado, asintió en silencio. Vestía con sencillez, pero su andar tenía la agilidad y la seguridad de quien ha perseguido más de un fantasma en su vida.El vehículo se deslizó por las calles de la ciudad entre el tráfico bullicioso, con sus edificios
Capítulo 125Rastros del pasado.El sol de media tarde caía sobre el pueblo costero, dibujando sombras largas y perezosas entre las callejuelas de tierra. El aire olía a sal, madera húmeda y frutas fermentadas. Alessia bajó del jeep con los ojos entrecerrados, cubriéndose con una mano del brillo cegador. Carlos se quedó junto al vehículo, hablando por celular, mientras Javier observaba todo con la mirada inquisitiva de un halcón.Iván se adelantó y se dirigió hacia una pequeña edificación de concreto pintada de azul, donde una bandera descolorida ondeaba perezosamente. En la entrada, un cartel oxidado decía “Oficina del Alguacil”. Golpeó la puerta con los nudillos.Un hombre alto, moreno y de rostro curtido por el sol le abrió, entrecerrando los ojos para estudiar al visitante.—¿En qué puedo ayudarle? —preguntó con acento caribeño, su voz grave como una roca deslizándose montaña abajo.—Soy Iván Beltrán —se presentó tendiéndole la mano—. Estamos buscando a una persona que pudo haber
Capítulo 126 Una trampa con consecuencias. El sol se filtraba a través de los estrechos ventanales de la estación de la Guardia Costera, pintando de oro las paredes gastadas y levantando finas motas de polvo en el aire. El silencio sólo se rompía por el zumbido constante de los ventiladores industriales y el suave estático de la radio VHF junto al escritorio de mando. Iván y Carlos entraron con paso firme, las botas de ambos resonando en el suelo de baldosas agrietadas. —Teniente Morales, buenos días —saludó Iván, apoyando una carpeta mullida de documentos y fotografías sobre la mesa metálica frente al oficial. Su voz sonaba grave, marcada por la urgencia—. Tenemos información de un barco que podría estar transportando a dos civiles extranjeros de forma irregular. Uno de ellos, un hombre caucásico, ha sufrido pérdida de memoria tras un accidente aéreo reciente. La mujer que lo acompaña estaría aprovechando su vulnerabilidad para secuestrarlo. El teniente Morales, de rostro curtido
Capítulo 127Una estrategia oculta.Mientras el “Meridiano IV” se alejaba de la rada, meciéndose con la marea. Iván y Carlos intercambiaron una última mirada con el capitán García y su tripulación. Ninguna irregularidad: nada hallado, ningún indicio de prisioneros ni de secuestro. Ni rastro de cadenas, puertas ocultas o rostros asustados. El barco zarpó, libre de sospecha, rumbo abierto al mar nocturno.—Bien… —susurró Carlos, guardando la linterna en su funda de cuero—. Nada. Ni una caja fuera de lugar.Iván apoyó la palma de la mano abierta contra la pared agrietada de la bodega, notando la rugosidad del metal pintado. El olor a aceite y a frutas podridas que llevaba en la nariz seguía ahí, impregnado en cada rincón del espacio. Respiró hondo, dejando que el humo del diésel y la humedad salina se mezclaran en su pecho.—No lo entiendo… —murmuró él, frotándose la nuca—. Todo estaba claro. Yo estaba cien por ciento seguro de que ellos estarían allí. No sé qué pasó.—O estuvimos demas