Mundo ficciónIniciar sesión—Suegro, por favor, es absurdo que mi hija llegara a rogarle a este pobretón. Si Emily se quiere arruinar la vida, pues estaré más que feliz de dársela —soltó Lourdes con una sonrisa fría, una de esas que siempre había reservado para los momentos en los que su crueldad necesitaba un escenario.
Sus palabras nunca habían sido tan desagradables para Emily, y menos aún delante de Caín.
—¡Ya basta! —estalló el anciano con un golpe en la mesa—. Ethan, es momento de que tú y Emily salgan de aquí. Solo no la trates mal. Te puedo permitir todo, menos que maltrates a mi nieta.
Aquellas palabras atravesaron a Emily como un rayo. Sintió cómo una mezcla de alivio y tristeza le llenaba el pecho. Sin decir una sola palabra, se sentó junto a su abuelo, lo abrazó con fuerza y dejó un beso cálido en la mejilla de Caín. Era lo único que podía darle en ese momento: un gesto silencioso de agradecimiento.
Cuando Emily levantó la mirada, vio a Ethan y a Nikolay todavía de pie. Ninguno había tomado asiento desde que empezó la discusión. Ambos parecían tensos, como si el ambiente en esa casa fuera demasiado pesado incluso para permanecer inmóviles.
Dahia, con su sonrisa venenosa, volvió a intervenir:
—Si es lo mejor, váyanse de esta casa. Y si es que se puede, Emily, te puedes quedar con todas esas cosas baratas de falsificación que me compró Ethan. Se nota que a ti se te verían mejor —dijo con un tono cargado de burla, mirando a ambos con desagrado.
Emily apretó los puños. No por las palabras, sino por la intención detrás de ellas: herir por herir.
Dael, acomodándose la corbata como si la situación fuera un espectáculo del cual él era el protagonista, agregó:
—Querida, ya no tienes que preocuparte por esas prendas innecesarias. Te daré todo lo mejor. Conmigo no te va a faltar nada. Ahora sí serás una verdadera mujer de sociedad.
Su mirada se desvió hacia Ethan, recordándole con cada gesto que él había “ganado”, que se había salido con la suya quedándose con Dahia. Claro, ganar significaba, para él, poseer un trofeo, no amar a una mujer.
Dael pensaba que, al final, Dahia solo serviría para entretenerlo por un tiempo. Después, cuando se aburriera, la dejaría como había hecho tantas veces con otras. Él nunca sería un hombre de una sola mujer.
Ethan soltó una risa seca, casi sin humor.
—No te preocupes. Ahora pueden seguir siendo la pareja perfecta que intentan aparentar. Yo no volveré a perder el tiempo preocupándome por personas sin sentido. Emily, vamos.
Tomó la mano de la muchacha con firmeza, sin permitir que Dahia volviera a abrir la boca, y caminaron hacia la puerta acompañados por Niko.
Nikolay, por su parte, disfrutaba más de lo que debía aquel espectáculo. Su atención ahora se centraba en lo importante: enviar los documentos de divorcio lo antes posible. Esperaba poder gestionarlo todo ese mismo día; no quería que su amigo siguiera atado ni un minuto más a aquella mujer.
Aunque Ethan había tardado en darse cuenta de que Dahia no le convenía, al fin lo había hecho. Y Niko estaba sinceramente feliz por él. Era una liberación merecida.
Cuando los tres salieron de la casa, Caín caminó lentamente hasta el centro de la sala y lanzó una mirada dura a quienes se habían quedado dentro. No dijo nada más. No valía la pena desgastarse con personas que no querían escuchar ni respetar. Dio media vuelta y se encerró en su habitación, cerrando la puerta con un portazo que retumbó por toda la casa.
—No sé qué le pasa a ese viejo idiota —bufó Dahia, cruzándose de brazos—. Mamá, ¿cuándo llegará padre y esa estúpida de su nueva esposa?
Ni Lourdes ni Dahia soportaban a Emily ni a su madre, algo irónico considerando que había sido Lourdes quien empezó todo cuando decidió acostarse con Matt y quedar embarazada de él. Sin embargo, Matt nunca la amó; la despreciaba profundamente, porque Matt solo había amado a una mujer: Lucía, la madre de Emily.
Cuando Lucía se enteró del embarazo de Lourdes, no dudó en marcharse. Se fue a Colombia intentando rehacer su vida. Pero no pasaron ni tres años antes de que Matt la buscara de nuevo. Le explicó cómo habían pasado las cosas con Lourdes y el infierno que vivía a su lado. Lucía, poco a poco, lo perdonó. Retomaron su relación, y Lourdes… bueno, prácticamente perdió la razón al enterarse.
Nunca pudo contra el amor de Matt y Lucía. Por más que lo intentara, jamás logró que Matt se fijara en ella. Y aquello la consumía.
—Cállate, no hables de ellos —le advirtió Lourdes con frialdad—. Te recuerdo que tu padre nos dio un ultimátum para irnos de esta casa. Ahora que por fin decidiste dejar a Ethan y divorciarte de él, mi yerno podrá ayudarnos.
Lourdes quería poner a prueba a Dael sin que él supiera realmente lo que estaba pasando con Dahia. Si lo hubiese sabido desde un principio, jamás se habría metido con ella.
Dael sonrió, aunque por dentro se estaba arrepintiendo.
—Claro, no tengo problema en complacer a mi mujer y a mi suegra. Solo empaquen sus cosas y en unos días paso a recogerlas. Ahora debo irme; tengo una reunión importante en minutos y no puedo llegar tarde.
Si Dael hubiera sabido la carga que representaban Lourdes y Dahia juntas, habría corrido en sentido contrario. Pero ya era tarde. Y aunque se arrepentía, aún pensaba disfrutar un tiempo de la situación.
Cuando él se fue, Lourdes y Dahia se lanzaron de inmediato a empacar maletas. Él dijo “unos días”, pero ellas tenían claro que se irían mañana mismo.
…
Mientras tanto, Ethan, Emily y Niko estaban dentro del auto. El silencio se apoderó de los tres durante largos minutos. Emily miraba por la ventana, perdida en sus pensamientos. Aún no podía creer que Dahia y Ethan estuvieran realmente al borde del divorcio. Aunque sabía que Dahia nunca lo amó, también sabía que Ethan había estado locamente enamorado de su hermanastra.
Emily suspiró sin querer.
—¿En qué estás pensando tanto? —preguntó Ethan, inclinándose apenas para verla.
Emily levantó la cabeza sobresaltada, su rostro se ruborizó al instante. Ethan la observó con atención. En ese momento le pareció tierna, demasiado tierna para el caos que lo rodeaba. No quería volver a cometer el error de sufrir por una mujer… aunque una parte de él sabía que Emily era diferente.
—Yo… oh… solo estaba pensando en la escuela —balbuceó—. Mañana tengo que enseñarles a los niños. Bueno… no, mañana tengo que hacerles un examen. Es eso.
Ethan no pudo evitar la pequeña sonrisa que se le escapó. Ya sabía que Emily era pésima para mentir, pero era la primera vez que se daba cuenta de que él la ponía nerviosa.
—Entiendo —dijo él, sin presionarla—. ¿Te gusta mucho enseñar a los niños, Emily?
La pregunta, formulada con esa voz profunda que solo Ethan tenía, descolocó por un instante a la joven. Pero luego sus ojos se iluminaron.
—¡Sí! —respondió con una emoción genuina—. Me encanta. No hay nada que disfrute más que enseñarles, ver sus avances, su curiosidad, su alegría cuando entienden algo nuevo. Me gusta sentir que puedo ayudarlos a convertirse en personas de bien.
Mientras hablaba, el brillo en sus ojos era tan vivo que Ethan quedó fascinado. Era imposible no sentirlo: Emily era diferente a Dahia en absolutamente todo. Su dulzura, su pasión, su autenticidad…
Quizá, pensó, convivir con ella no sería tan mala idea después de todo.







