204. ESCENA ROMÁNTICA

NARRADORA

Rousse pudo aferrarse al saliente de una roca y salir al fin a la orilla.

Cargaba contra su cuerpo fornido a la pequeña hechicera.

Parecía un coala pegada a su pecho, temblando de frío.

—Aguanta, encenderé una fogata para que te calientes.

Le dijo moviendo la cabeza para escurrir toda el agua del cabello grisáceo.

Su ropa de cuero se sentía pesada, pero él no tenía frío, ni dolor por todas las magulladuras y raspones.

Cuando se inclinó a dejarla sobre el tronco de un árbol, Meridiana fue a subir la cabeza para agradecerle.

Entonces Rousse lo descubrió.

Se le había caído el vendaje.

Sus ojos se cubrían con una capa blanca de ceguera, sus pestañas muy rubias abanicaban humedecidas.

Alrededor de ellos, profundas cicatrices se extendían, como una mancha en un hermoso cuadro.

Meridiana también sintió el viento pasar por su rostro.

Estaba mostrándole a ese hombre sus deficiencias, su vergüenza.

—¡No me mires! —gritó hundiendo la cabeza en su cuello, temblando aún más.

No, no, no,
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