"¡Perdóname, por favor, me duele!", suplicaba Ayunda. Pero Mahar seguía arrastrándola con brutalidad.
¡Braaaam!
Mahardika pateó la puerta de su habitación sin contemplaciones. No le importaba si causaba daños.
Mahardika, desbordado por la rabia, arrojó a Ayunda con violencia al suelo. La pobre mujer cayó desplomada, golpeándose la cabeza contra el borde de la cama.
"¡Ay!", gritó Ayunda con dolor.
Aun así, Ayunda no pudo hacer nada más que lamentar su suerte. Mahardika estaba fuera de sí, con ganas de destruirla hasta no dejar rastro.
"Me duele, por favor... ¡Ay!", sollozaba Ayunda. No solo le dolían las manos y el cuerpo, sino que también le palpitaba la cabeza por el maltrato de Mahar.
"¡Ya sabes lo que es el dolor! ¡Pero siempre pones a prueba mi paciencia! ¡¿Qué es lo que quieres?! ¡¿Por qué robaste el collar de mamá?! ¡Me has hecho quedar mal ante los demás, incluso ante mi propia familia!", gritó Mahar con crueldad.
Ayunda volvió a negar con la cabeza débilmente; no tenía fuerz