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Capítulo 2. Acuerdo de divorcio.

Ivanna Robinson

Dos lágrimas caen de mis ojos y corren por mis mejillas. Solo dos. Siento mi pecho ardiendo, me falta el aire y siento que en cualquier momento me voy a desmayar.

Viena me sacó de la clínica, me dejó sentada en una cafetería al frente y regresó para saber de primera mano qué pasa con Abigail y su embarazo. Su hijo.

«El que espera con Shane, mi esposo», me recuerda el subconsciente, como si necesitara repetirlo demasiadas veces para poder creerlo.

Una realidad que no me atrevo a enfrentar, ni siquiera soy capaz de llamarlo para pedir una explicación, no ahora que todo iba a cambiar entre los dos, con nuestras vidas, con nuestro matrimonio.

Me abrazo a mi vientre todavía plano. Un sollozo sale de mí y cierro los ojos para no ver cuántos a mi alrededor me miran desvanecerme. Dos años enteros intentando quedar en estado, asistiendo a consultas de fertilidad, llorando a escondidas por no poder darle al hombre que amo lo que más desea. Noches enteras de mirarlo dormir sintiendo que algún día todo acabaría entre los dos, solo para despertar horas después y ver en sus ojos que me amaba por encima de todas las cosas.

Pero hoy mi mundo se destruyó. Todo quedó en el olvido. Mi peor pesadilla se hizo realidad.

Saco mi teléfono con dedos temblorosos. Busco el contacto de mi esposo y le doy al botón de llamada. Suena y suena, sin parar, hasta que se corta. Mi corazón duele, pero me digo que puede ser solo una casualidad. Que está ocupado.

Abro nuestro chat y al ver el último mensaje que me envió, mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas.

»Te amo tanto que no imagino una vida sin ti. Esta noche celebraremos nuestro aniversario, lo merecemos.

La nostalgia, ligada con el dolor y la tristeza, me absorben, porque ni siquiera es un aniversario en el sentido estricto de la palabra. Es solo un mes más de matrimonio. Dos años y dos meses. Eso tenemos de casados.

Mis dedos se quedan un segundo de más suspendidos sobre el teclado, antes de comenzar a escribir lo que será mi primera prueba.

»Amor, te tengo una sorpresa. ¿Dónde estás? No puedo esperar para ver tu reacción.

Mi corazón late tan fuerte que me tupe los oídos. Mis manos tiemblan mientras no dejo de mirar la pantalla. A esa confirmación de lectura que llega casi al instante.

Sin embargo, no hay respuesta por unos largos minutos. Hasta que levanto la mirada y veo un auto llegar a la clínica, un auto que conozco bien.

Mi teléfono suena en mis manos antes de ver salir al hombre que amo. Antes de verlo entrar a la clínica casi corriendo.

Con el alma destrozada bajo la mirada y leo su mensaje.

»Lo siento, Ivanna, ahora no puede ser. Estoy en medio de algo importante. Hoy no estoy para sorpresas.

Si antes pensaba que se me había roto el corazón, ahora sé que está hecho polvo. Completamente destruido.

—¿Por qué me mientes? ¿Por qué hiciste esto? —susurro, sintiendo tanta decepción que duele.

Viena llega minutos después y su cara me dice todo. No hay buenas noticias.

Se sienta a mi lado, pálida y con manos temblorosas, bebe del agua que antes pedí y no toqué.

—Ivy, Abigail perdió al bebé. Shane estaba llegando cuando yo iba saliendo y lo vi abrazarla como si sintiera…como si fuera de verdad que ellos…que ellos son amantes.

La palabra amantes se siente como un látigo azotando mi espalda. Cierro mis ojos y me permito dejar salir mis emociones, mi dolor y frustración.

¿Cómo un día tan maravilloso se volvió tan tóxico?

—¿Qué harás? —me pregunta mi amiga.

La miro a los ojos sin saber qué decir. Me encojo de hombros, porque no tengo ningún plan.

—Estaré en la casa y allí lo voy a esperar. Si vino a la clínica, sabe que sé su secreto, tiene que darme la cara. El Shane que conozco no es un cobarde.

Viena me mira como si quisiera replicar eso. Casi veo los subtítulos en su cara.

«El Shane que conoces no existe».

—¿Le dirás sobre tu embarazo?

Niego con la cabeza.

—Voy a ver qué tiene para decir, todavía guardo la esperanza de que todo sea un malentendido. ¿Estúpida? Sí, lo soy. Pero me cuesta tirar por la ventana todo mi amor, mi devoción. Quiero escuchar sus motivos, quiero saber qué hacer cuando él me diga la verdad. Si termino acabando con mi matrimonio, que así sea. Y mi hijo, este que es un milagro, será solo mío.

—Ivy...

—Está decidido, Viena. Si Shane de verdad me engañó y le pidió un heredero a Abigail, no hay nada que hacer. Él decidió, yo solo actuaré en consecuencia.

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La casa está vacía, solitaria. Se siente fría.

Sé que Shane no estaría aquí, pero llegar sola se siente peor de lo que ya imaginaba.

¿Cómo ver ahora con los mismos ojos la casa donde éramos felices?

No es posible.

Dejo el bolso encima de la isla de la cocina y me preparo un vaso de agua. Lo bebo todo sin parar, tengo la garganta seca.

Me siento en el salón cuando creo que tengo fuerzas para moverme y allí espero. Con el teléfono en la mano, pasan dos horas, tres. Mi estómago ruge de hambre.

Lo llamo. Me cuesta demasiado buscar el nombre y ver la manera cariñosa en que guardo su contacto. Pero me mantengo fuerte, no puedo ser débil ahora. La llamada va a buzón y no me sorprende, pero otra pieza en mi interior se rompe.

Llaman a la puerta y el estridente sonido me sobresalta. Sé que no es Shane, porque él tiene llave y no creo que se vuelva una formalidad entre nosotros ahora.

Con lentitud me levanto y espero a que el mareo pase para avanzar hasta la puerta. Al abrir, me encuentro con el abogado de Shane, lleva un portafolios y su cara, a diferencia de otras veces, no cuenta con una expresión agradable.

—Señora Robinson, estoy aquí por orden de su esposo. ¿Puedo pasar?

Tengo la piel erizada, pero asiento. Sé que de esto no saldrá nada bueno.

Le dejo espacio para que entre y lo sigo hasta el salón, para verlo sentarse en el sofá y abrir su portafolios.

Me siento en la butaca a su lado, todavía sin entender nada.

—¿Me dirá qué sucede? —pregunto, cuando lo veo sacar y sacar papeles, además de una pluma de tinta fina.

Él levanta la mirada y me observa por encima de sus gafas, con expresión irritada. Asiente.

—Este es el acuerdo de divorcio, señora.

Si no estuviera sentada, me hubiera caído. Los oídos comienzan a pitarme y el pecho se me aprieta, se siente como si no pudiera respirar.

—¿Puede repetir eso?

Esto tiene que ser un error. Shane no puede hacerme esto. No así.

—Soy el abogado del señor Robinson y como su representante legal, le presento el acuerdo de divorcio. Por favor, lea y fírmelo.

Me extiende el documento y su agarre firme nada tiene que ver con el temblor de mi mano. Lo acepto con la boca seca y el palpitar de mi corazón en la garganta.

—¿Por qué Shane no está aquí, dando la cara con esta...solicitud?

—El señor Robinson tiene mejores cosas que hacer. Este es solo un simple trámite.

Un golpe en el estómago dolería menos. Me acaba de dejar claro lo poco que le importo al hombre que amo, con quien pensaba tener una vida, una eternidad.

¿Qué tanto cambió? ¿En qué momento?

¿Todo fue siempre una mentira?

Abro el documento y empiezo a leer, pero a la primera página la cabeza me da vueltas y lo cierro una vez más.

—Esto tiene que ser una broma. Dos años de matrimonio y lo único que pretende darme con este acuerdo es mi...el anillo que le compré.

Me sale un sollozo al final. No puedo creerlo.

No es que me haya interesado alguna vez el dinero de Shane, pero, ¿dejarme en la calle sin dar siquiera una explicación de por qué hace esto? ¿Solo devolverme el anillo para el que tanto me costó reunir dinero?

«Es humillante».

Trago en seco y miro al hombre ante mí, que me entrega un sobre de cartón con lo que supongo que es el anillo dentro.

Lo tomo también con mano temblorosa.

Y por puro coraje alcanzo también la pluma, busco los espacios donde debo estampar mi firma y sin pensarlo, lo hago.

Cada uno de mis trazos es un pedazo de mi alma que dejo en manos de Shane. Es un adiós definitivo, de todo lo que pudimos tener, pero que ahora se arruinó.

Y es la despedida que él no tuvo los huevos de darme.

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