CAINE
Mis zapatos rozaban las alfombras del pasillo. Incluso con las luces de la mansión atenuadas, era fácil ver todo a mi alrededor. Además, había caminado por aquí mil veces y más. Sabía dónde estaba la habitación de Lula.
Solo que ella no había estado dentro de ella en diez años.
Golpeando la puerta, susurré:
—¿Estás ahí?
—Sí. —Su respuesta llegó rápida; debía estar despierta a pesar de haber dicho que se iba a dormir hace unas horas—. Entra.
Entornando la puerta, me incliné hacia adentro. Lula estaba sentada al borde de su cama, medio volteada hacia mí. Su mano giraba; quería que cerrara la puerta. Lo hice suavemente.
—Hola —dije, acercándome despacio—. ¿Estás bien?
—¿Por qué estás aquí? —La altivez en su voz me hizo retroceder mentalmente. Lula me hacía sentir como un niño otra vez, merodeando por su cuarto buscando consejo sobre cómo resolver uno de los muchos problemas estúpidos que se me ocurrían.
Encogiendo los hombros, dije:
—Quería asegurarme de que todo estuviera bien. Te