CAINE
Costello bloqueaba la puerta de sus aposentos. Alzó la mirada y la fijó en mí a medida que me acercaba.
—Tranquilo —bromeé—. Entro yo y tú puedes subir a comer algo.
Sus labios se estiraron en una línea fina.
—¿Esto es una broma? Todavía me sorprende que convencieras a Thorne de dejarla salir aquella vez.
A pesar de su desconfianza, abrió la cerradura y me franqueó el paso.
—No es ninguna broma —dije. Golpeé ligeramente las bisagras para avisar a Samira de mi presencia—. Papá dice que ahora tiene permiso para salir de esta habitación.
Los ojos gélidos de Costello se congelaron aún más.
—Definitivamente estás mintiendo.
—No miento. Pregúntaselo tú mismo.
Estábamos lo bastante cerca como para que notara cómo mi hermano se tensaba. Las venas me palpitaron; no quería otra pelea, el tipo era un animal cuando se lo proponía. Pero si tenía que abrirme paso a través de él para llegar hasta Samira…
—¡Eh! —gorjeó ella, rompiendo la tensión. Agitó la mano, rodeó la gran cama redonda y vino