Mateo agradeció que nadie más hubiera sido testigo de esto.
¿Dónde quedaba su dignidad? ¡Nunca en su vida había hecho algo así!
Por suerte, sus palabras parecían haberla consolado. Y se acurrucó en sus brazos, sus manos se aferraron firmemente a su cintura y se quedó profundamente dormida.
Entonces, pensó que ella se apegaba demasiado a la gente. La miró; ya no lloraba, pero las lágrimas habían humedecido sus pestañas. Era una visión conmovedora.
Mateo sonrió: —No soy tu mamá, ¡soy tu papá! Llámame papá.
Ella, dormida, no le dio respuesta alguna.
La abrazó y también se quedó dormido.
[...]
Al día siguiente, Valentina fue la primera en despertar.
La luz cálida del sol inundaba la habitación.
Intentó levantarse, pero notó algo extraño: un brazo fuerte rodeaba sus hombros. Estaba durmiendo en los brazos de alguien.
Se detuvo un momento, había dormido con Mateo.
Anoche él no durmió en el sofá, sino en la cama. Y ella estaba en sus brazos.
¿Qué había pasado? ¿Por qué dormía él aquí?
El homb