Después de vendar la herida, la mala suerte quiso que a Mateo le diera fiebre, debido a la infección. A pesar de que ella había encendido el aire acondicionado y lo había cubierto con varias mantas, seguía temblando de frío, varias gotas de sudor le resbalaban por la frente.
Ella pensaba que se lo merecía, ¿por qué no se había tratado la herida cuando fue al hospital? Le había puesto una inyección, pero ahora tendría que superar la fiebre por sí mismo; una vez que bajara, estaría bien.
Levantando las cobijas, se acomodó a su lado. Su cuerpo estaba helado como un témpano. No podía dejarlo así, mordiéndose el labio, acercó suavemente su cuerpo al de él. Mateo estaba de espaldas, así que lo abrazó con cuidado de no tocar su herida.
Él sintió su presencia, sintió como su cuerpo le transmitía calor a través de la fina tela de la ropa. Pronto, la pequeña mano de ella se posó sobre sus abdominales, acariciándolos con tímida curiosidad.
—Oye, ¡estoy enfermo! —protestó Mateo con voz ronca y apr