Tres semanas después
Me despierto con la luz dorada colándose entre las cortinas. El cielo de Los Ángeles está despejado, y por primera vez en semanas no siento esa presión en el pecho al abrir los ojos. Daniel ya se ha levantado. Lo escucho en la cocina, la cafetera está encendida, el sonido rítmico del cuchillo sobre la tabla.
Me incorporo, me visto con un conjunto sencillo, una blusa blanca y unos jeans de tiro alto. Paso un cepillo por mi cabello mientras el aroma del café inunda el pent-house. Al salir al área común, Daniel ya ha servido el desayuno. Tostadas con aguacate, huevos revueltos y dos tazas de café humeante. Me sonríe como si realmente no fuéramos más que dos amigos compartiendo piso.
—Buenos días —dice, girándose con su taza entre las manos. Lleva una camisa azul marino sin corbata, el saco colgado en la silla. Parece relajado, más de lo que lo vi al inicio de esta locura.
—Buenos días —respondo, sentándome frente a él. Agradezco en silencio que aceptara el trato. Un a