Aquella mañana soleada, los pajarillos canturreaban aquí y allá, mientras los rayos del nuevo día se colaban por las ventanas de la habitación. Mientras, en el exterior, los sirvientes se preparaban para enfrentar un nuevo día, la cocinera corría detrás de las gallinas, pues había un rico caldo que preparar para el almuerzo, los lacayos preparan los caballos reales, y las mucamas tendían las sábanas al sol, en la parte trasera. Pero no fue nada de eso lo que me despertó, si no sus caricias, sobre mi vientre, sonreí, abriendo los ojos, observándole allí, besando mi abdomen.