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Capítulo 5 - El reto

Dos años atrás

Victoria

Salí de la clase. Papá, me esperaba para realizar la inseminación a un par de yeguas; quedamos en presentarnos Dante y yo, aunque él llegará una hora después; continuaba en clase, hoy era el último día, salíamos de vacaciones. Por eso no podía esperar a Liam, él vino sin su carro.

Y como conozco a mis hermanos, debía cerciorarme de que Enrique pasaba por nuestro hermanito, a quien le quedaban dos clases más. Saqué el celular para marcarle al fornicador; no sé cómo no se le desgastaba el pirulo con tanto uso. Cada vez que hacía un comentario al respecto, mamá solo miraba a papá, quien hacía un fallido intento por no reírse frente a mí. Se fue al buzón.

—¡Mierda!  —volví a intentarlo.

No se encontraba en clase, pasé por su salón y no lo vi. ¿Dónde se habrá metido? Llamé a Dante, y luego de la cuarta timbrada contestó.

—Estoy en clase, Victoria. —susurró.

—Lo sé, idiota, me voy a adelantar por la cita con papá. A Liam le quedan dos horas, además no trajo su carro. El mismo tiempo restante para terminar las clases le falta a Enrique, quería pedirle el favor para que recogiera a nuestro hermanito y ¡no me contesta!

—Ya sabes dónde puedes encontrarlo.

—Tienes razón. Tú no te desvíes, directo, a El Renacer.

—Soy el mayor y mamá se quedó en la casona, ella no vino a estudiar. —Me acababa de decir, mamá cantaletosa.

Le saqué la lengua como si pudiera contemplarme. Tengo el mismo vicio de mi madre según el patriarca de la casa. Caminé al área administrativa, en alguna parte debía de estar Enrique moviendo el pito. Antes de llegar, lo volví a llamar. De todas maneras, no quisiera observar a una profesora con piernas abiertas. Otra vez al buzón.

—¡CONTESTA!

—¿El novio?

Mi corazón se quiso salir al ver a Enrique grande detrás de mí con Melisa, quien sonreía. ¿Ellos qué hacen aquí? Se graduaron hace algunos años. Además, desde hace un par trabajan en las empresas en Colombia. Él vestía casual, le quedó increíble su buzo negro de cuello alto con el jean.

—Hola.

—¿Con quién peleas? Ya que novio no tienes.

Intervino Melisa aclarando el tema. Todas mis primas de corazón se habían dado cuenta de mis suspiros; eran por él. Eran los mejores amigos, por un tiempo pensé que se enamorarían, pero nada de eso pasó. Enrique nos quería a todas las chicas, el grupo de amigos como sus primas sagradas. Ni cuenta se da del cambio de colores en mi rostro cada vez que estaba a su lado desde mis quince años.

Además, era el único hasta el momento en que me había besado. Aunque fue por un juego de retos del cual se condolió. Esa vez casi como popo de vaca, además de tragarme las ganas de llorar por su rechazo al momento de pedirle el favor. Fue una vergüenza. Todo por Milena, quien se percató de mis suspiros desde lejos en esa Navidad.

Por eso, al jugar entre nosotras a la verdad o el reto, escogí el reto porque intuí sus preguntas y serían relacionadas con mi interés por él. Y el reto fue; besar a Enrique o comer excremento de vaca. Apenas tenía diecisiete años. Cuando me acerqué a comentarle el reto, era consciente de que las chicas espiaban desde la ventana. Aún revivo ese día cada noche para volver a sentirme en las nubes.

Los nervios se estaban apoderando mientras caminaba en su dirección. No lo encontré en la sala donde se reunían todos a departir de la Navidad, por eso salí y lo vi en la terraza.

—Enrique.

—Hola, Vic. ¿Qué te pasa?

—Necesito pedirte, un favor.

Metí las manos en los bolsillos del pantalón, mis manos sudaban. Nos encontrábamos al lado derecho de la casona.

—¡Claro!

—Primero escúchalo.

—Te has puesto muy roja. Dime.

—Sálvame de comer excremento de vaca. —soltó una sonora carcajada.

¿Y para acelerar más mi pulso, sonreía de esa manera? Él no era un hombre desbordando en belleza, como lo podían ser mis hermanos, Isaac o hasta el pesado de Demetrio. Pero era enigmático, cordial, hasta que lo ofendían o se metían con su familia. Era inteligente, por otro lado, me deleitaba al contemplarlo leer; sus lentes lo hacían lucir irresistible para mí, alto, atlético, siempre con su cabello bien cortado. Me lleva más de siete años, se vestía impecable, siempre olía delicioso… en fin. Estaba perdidamente enamorada de él.

» No te rías, por favor, si te menciono el reto será peor.

—Anda, cuéntame.

—Debo besarte. —dejó de reír.

—¿Estás, loca? Eso no lo voy a hacer. —Se humedecieron mis ojos, el corazón lo sentía en la boca—. Perdóname. Es solo que Roland tiene cámaras hasta en las hojas. Tal vez no sea el más bello de los rostros; no obstante, es el mío. Sabemos que no hay quien le gane a Roland peleando. Adicionalmente, conozco a tus hermanos, y pelean muy bien, de seguro puedo darles frente; sin embargo, por un beso no me arriesgaría.

Eso dolió. Lo expresado sobre papá y hermanos era cierto, nadie se podía acercar a mí. Como tenemos la misma edad, pasamos todo el tiempo juntos. En la escuela, no era por nada, los cuatro nos destacábamos en nuestros estudios. Sin embargo, por el porte de mis hermanos, mis compañeros no se acercaban.

Yo era un cerebrito con dos guardaespaldas y una alarma, esa era Liam. Sí, se me acercaba alguien con intenciones de tecla dañada, les sapeaba a Dante y Enrique. Todos les temían a las dos moles; donde uno era el mariscal de campo, el otro su sombra. Mis dos hermanos eran inseparables. Y a eso debo sumarle que Liam suele ponerse celoso cada vez que un compañero se quedaba mirándome más de la cuenta. Hasta ahora no había besado a nadie más que a mí misma en el espejo de baño para ensayar cómo sería.

—Tranquilo.

Di la vuelta, al llegar a la puerta de la salida, las mujeres esperaban junto a nuestra mejor amiga Khleo; era un par de años mayor a las Moreno. Una estadounidense con rasgos turcos era preciosa, de ojos almendras y con ese tono de piel canela clara. En ocasiones sentíamos que nos ocultaba algo.

Pero no insistimos en saber que nuestros padres no tenían un pasado ejemplar y también ocultábamos eso. Escondí mi vergüenza, ahora solo asumir el reto con dignidad. ¡Mierda! Ahora a comer excremento. Tenía unas enormes ganas de llorar. No sé por qué me había ilusionado con besarlo así sea de ese modo.

—¿No aceptó? —negué ante el comentario de Andrea.

—Prima…

—Lo sé Milena. Vamos a los corrales.

La cara de Khleo y Andrea no fueron las más alentadoras. Al pasar de nuevo por el lado derecho en dirección a los corrales, crucé la mirada con Enrique. Llegamos a los corrales, respiré profundo cuando me agaché para recoger un trozo de m****a de vaca seca.

» Gozas con esto, ¿cierto, Milena?

—Un poco. —sonrió—. La vez pasada me hiciste comer el excremento del Orión, el hijo de tu perro; no diste dos opciones como yo. 

—A lo hecho, pecho. —respiré profundo. Antes de llevarme el excremento a la boca, fui detenida.

—¿Era en serio?  —Con un suave manotón arrebató el popo de la mano. 

—¿Te pediría el beso por gusto?

—¿Vas a besarla o se come la plasta de m****a? —Milena se puso al lado de nosotros con su acostumbrada altivez, su cabello negro corto hasta las orejas lo tenía suelto—. Es un reto, debes de cumplirlo, tenemos palabra.

—Lo sé, pero es asqueroso. ¿La beso y no la obligas a comer esa m****a?

—Es besar; labios y lengua, no un pico. —Otra vez sentí el calor en el rostro.

—¿Te puedes retirar entonces?

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