Al finalizar la presentación, cuando el violinista salió a agradecer, Aitana se marchó.
Caminaba bajo un cielo lleno de luces de neón, pensando que la vida también tiene su final, como lo que había entre ella y Damián.
Desde atrás, alguien la llamaba: —Aitana.
Aitana se volvió lentamente, su respiración formando una nube blanca en el aire frío, difuminando sus miradas.
En medio de esa bruma, solo se escuchó la voz temblorosa de Damián: —¿Todavía me amas? Aitana, ¿aún puedes amar?
Aitana respondió con serenidad: —No sé si todavía puedo amar. Pero ya no te amaré a ti, Damián.
Damián, amarte una vez agotó todas mis fuerzas.
Damián, amarte una vez me costó demasiado.
Damián, amarte una vez me hizo dejar de ser yo misma.
Damián, ¡ya no puedo permitirme amarte!
Cuando la nube de vapor se disipó, Aitana vio los ojos enrojecidos del hombre.
Al instante siguiente, Aitana se encontró fuertemente abrazada por él.
Damián no quería soltarla, no quería divorciarse. Abrazando a Aitana, repetía una y