La salud de Álvaro empeoraba día a día.
No recibió quimioterapia. Todos los días por la tarde venía el médico a ponerle suero y analgésicos. Frente a los niños, seguía siendo refinado y educado. Cuando se sentía mejor, incluso les ayudaba con las tareas.
Al atardecer, en el pabellón de la villa, habían puesto una silla reclinable.
Rafaela había colocado especialmente cojines suaves para que Álvaro se recostara cómodamente. Bajo la sombra fresca de los árboles, Theo jugaba con sus hermanitas. La naricita de Carla tenía gotitas cristalinas de sudor, Jazmín estaba débil después de la operación, sentada en un banco al lado observando.
Al rato, Theo le dio un caramelo.
Jazmín se lo puso en la boca, lo comía y le parecía dulce.
Carla se cansó de jugar, corrió tambaleándose hacia donde estaba papá, extendió sus manitas gorditas y tiernas, quería que papá la cargara.
Álvaro extendió las manos para cargar a la pequeña, pero por más que intentó, no pudo levantarla. Carla era muy pequeña y no ent