Aitana cerró los ojos y soltó una risita baja:
—¿No recuerdas?
La mujer se dio vuelta y acarició suavemente los labios de Damián. Sus dedos blancos y delgados presionaron ligeramente los labios del hombre, acariciándolos muy lentamente, realmente muy despacio, mientras esos ojos como agua de otoño lo miraban fijamente.
La insinuación era bastante obvia.
Ningún hombre podía resistirlo, aunque Damián hubiera perdido la memoria, el instinto masculino no se había perdido.
De un movimiento le tomó la muñeca delgada, con los ojos negros profundos y la voz aún más ronca:
—Quién diría que tendrías gustos tan particulares.
Sus miradas se cruzaron, ambos sabían perfectamente de qué se trataba.
Aitana de repente ya no quiso fingir más y sonrió:
—¿Ya te diste cuenta?
Damián mantuvo la mirada profunda.
Aitana se recostó contra el tocador y dejó de actuar:
—Sí, ¡nos divorciamos! Y tal como piensas, no somos una pareja enamorada. Al principio fuimos como socios, en el medio pasamos por mucho.
Aitana