En ese momento, Aitana se vio inundada por una mezcla de emociones.
Después de un largo instante, habló con voz ronca: —He vuelto hace unos días. Me divorcié de su señor, así que no me llamen señora en adelante.
La empleada mostró cierta tristeza, pero aún así sonrió: —Cuando pueda, traiga a la señorita Elia a comer. Le prepararemos algo delicioso.
Los ojos de Aitana se humedecieron mientras asentía suavemente.
Todos los empleados habían trabajado anteriormente en Villa Buganvilia y llevaban años conviviendo con ella. ¿Cómo no iba a existir algún tipo de conexión emocional?
Tras hablar con ellos, subió las escaleras.
El dormitorio principal estaba sumido en un profundo silencio.
Damián colocó a Mateo sobre la cama, le quitó el abrigo revelando una camiseta blanca con un patito amarillo que hacía resaltar su rostro pálido y hermoso, como un pequeño y dulce bebé.
El niño, acostado, respiró el aroma familiar y se giró, durmiéndose tranquilamente.
Su pequeño cuerpo se acurrucó como lo harí