Isabel se había despertado tras haberse desmayado en el pasillo. Ahora, en la habitación en la que estaba, estaban Sam y Teresa y no se habían percatado de que ya estaba despierta.
—¿Cómo es que no me di cuenta antes? —decía Sam, despeinándose su larga y rubia cabellera—. Sus pleitos, la insistencia de Isa en no aceptar que Jareth la cuidara, el que se haya ido de la casa… Celina… Dios mío.
Isabel volvió a cerrar los ojos, no estaba lista. El miedo la atravesó y se mezcló con la desesperación de verlo. Solo quería ver a Jareth, después le explicaría a Sam, aunque no había nada que explicara su traición.
—No puedes juzgarla, Isabel es joven y Jareth también —habló Teresa intentando aligerar la situación—. Isabel es una mujer que enamora con su simpleza, ella no necesita hacer nada y tú lo sabes.
—¿Lo sabías? ¿Desde cuándo? —intentó bajar la voz Samantha, pero aún no se metía aquello en la cabeza.
—Sam, la única ciega fuiste tú —le respondió Teresa encogiéndose de hombros—. Lo descubrí