Una sonrisa bailó en los labios de Khail y estaba segura de que no se esperaba esa respuesta.
—Tienes razón, mis disculpas.
—Aceptadas, señor Petrov.
—Solo dime Khail —pidió lentamente mientras levantaba una mano y hacía una seña a alguien que no podía ver.
No pasó mucho tiempo cuando unas chicas de algunos veintitantos años entraron al comedor con platos cubiertos hasta dejarlos sobre la mesa frente a nosotros tres.
Ellas llevaban vestidos negros acampanados con delantales blancos amarrados en la cintura y que pasaban por sus cuellos. Sus cabellos estaban recogidos en moños y una de ellas tenía una trenza que terminaba en el rebuscado moño trenzado.
Era particularmente bonita. Con sus ojos azules enormes y largas pestañas, pero parecía tan recta cuando dejó el plato frente a mí y lo descubrió antes de irse por donde había venido junto a las demás que no pude identificar correctamente, ya que solo ella se había llevado mi atención.
Frente a mí había un delicioso plato. Parecía ser un