Capítulo veintisiete
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El profesor hace una seña y sigue explicando su clase—Bien, decía que...
Y así se pasa todo el día, la gente me mira de arriba a abajo a donde quiera que vaya, con Omar o sin Omar y estoy empezando a creer que casi todos son hombres-lobo por la forma en que me ven.
Como si supieran lo mío con ojos azules.
—¡Oye tú! —eso no es conmigo, Irina sigue—Tú—suspiro y me volteo.
La hermana del mastodonte corre hacia mí—¿Si?—se detiene en frente mío —¿En qué puedo ayudarte? —ella me agarra de los hombros y me mete a uno de los salones vacíos del lugar—¿Eh, qué?
—Necesito tu ayuda—junto mis cejas—Sí, la tuya—me suelta y da dos pasos hacia atrás.
—Eh—miro h