Sí, yo y Santiago estuvimos juntos durante siete años, desde la universidad y casados por cinco.
Todo el mundo sabía que yo estaba tras el, y más tarde, logramos casarnos.
Después del matrimonio, vivimos en la casa vacía de mis padres.
Tomé todos mis ahorros y le ayudé a Santiago a abrir una empresa.
Luego, hice que mi papá lo ayudara y utilizara sus recursos para hacer que la empresa pasara de ser desconocida a generar millones.
En solo cinco años, Santiago se convirtió en el famoso señor García.
Y en la boda, él juró frente a todos.
— Querida, prometo que te amaré toda mi vida y siempre te cuidaré.
En ese momento, yo de boba estaba tan sumida en la felicidad que acepté quedarme en segundo plano, dejando que Santiago se hiciera cargo de la empresa. Yo era feliz solo con que estuviera a mi lado.
Con el dinero que de repente tenía, Santiago fue a buscar a Isabela, su amor de infancia,, para que fuera su secretaria personal.
Si esto hubiera sucedido antes, habría estallado como una loca de la rabia y los celos. Pero al habernos casado pensé que eso no podría con nuestro amor, además luego de convivir tanto con una persona uno aprende a lidiar con ella, sabe qué hacer y que decir, sobre que reclamar y sobre lo que no.
Y eso solo hubiera derivado en Santiago puesto en su pedestal y me habría regañado, acusándome de ser una paranoica y de tener intenciones oscuras.
Pero él no sabía que, mientras estaba con los clientes de la empresa tomando algo, yo ya había rompido fuente y estaba sangrando a ríos entre mi entrepierna.
Después de ser llevada al hospital, supe que estaba embarazada, pero también tristemente supe que había tenido un aborto espontáneo.
Llamé a Santiago varias veces, pero él no contestó. Pensé que podría estar ocupado en el trabajo.
Mientras lo llamaba una notificación llegó a mi celular, era un nuevo post de Isabella. Resulta que, en ese momento, Santiago la estaba besando apasionadamente y ella decidio subir un pequeño video del encuentro a sus redes sociales.
De repente, sentí que ya todo en mi vida carecía de sentido.
Mirando el presuntuoso de Santiago, suspiré amargamente.
Afuera, la lluvia caía fuerte sobre el asfalto, acompañada de truenos. Pero esa lluvia era como mi corazón, inundado hasta las medias de tristeza.
— Santiago, no quiero estar más contigo, mas sin embargo déjame recordarte que la casa y el auto eran de mi propiedad antes del matrimonio, y las acciones de la empresa deben que dividirse a la mitad.
Santiago abrió los ojos en shock al escuchar mis palabras.
— Valentina, ¿estás loca? ¿Solo porque supuestamente me di un beso con ella, ya quieres armar tremendo drama?
— ¡Nunca me di cuenta de que eras tan mezquina! ¿vas a dejar que eso arruine lo nuestro?
Antes de que pudiera responder, el celular de Santiago sonó en el momento más inoportuno.
Una voz femenina clara y empalagosa salió del altavoz.
— Santiago, está tronando, me da miedo, estoy sola en casa, ¿puedes venir a acompañarme un ratito?
Santiago escuchó, y con voz suave, le respondió:
— Está bien, espera en casa, ya voy de inmediato.
Su tono era más suave de lo que jamás había escuchado. Después de colgar, Santiago me miró colérico.
— Valentina, sé que lo que dijiste antes fue por enojo. Te daré un tiempo para que lo pienses bien y recapacites.
Miré al hombre que una vez amé profundamente, pero ahora era alguien a quien no reconocía.
Pero yo no lo iba a dejar ir así de fácil, e intenté tomar el borde de su ropa.
— Santiago, si te vas no habrá vuelta atrás, ¿puedes quedarte conmigo?
Me lanzo una mueca de desprecio.
— ¿Puedes pensar un poco? Isabela me necesita, a ella le dan ataques de pánico las tormentas, y ahora me vienes a decir que es mejor que quedarme discutiendo contigo.
Dicho esto, Santiago salió de la casa sin mirar atrás.
El sonido de los truenos afuera se intensificó, y yo me acurruqué a sollozar en un rincón.
Pero, en realidad, yo también le tenía fobia al ruido de los truenos.
Cuando era pequeña, mis padres siempre estaban ocupados, y cada vez que tronaba, me refugiaba en un rincón con mi muñequita de trapo.
Hasta que conocí a Santiago, quien siempre me abrazaba con sus amplios hombros y me hacía sentir segura.
— Valentina, en cada día lluvioso, yo estaré contigo.
Pero ahora, Santiago había decidido ir a acompañar a su primer amor.
Él se preocupaba por Isabela, pero lo importante era saber si ¿yo también por estar sola?
Media hora después, vi que Isabela había publicado en su red social.
En la foto, dos manos estaban entrelazadas.
Un reloj verde Rolex, una camisa blanca, y esas manos tan familiares, las de Santiago.
Solo que su anillo de matrimonio había sido retirado.
Isabela acompañó la foto con el siguiente texto.
— ¡Jajaja, Santiago está tan pegajoso! ¡A pesar de la lluvia, vino a acompañarme!