Mundo ficciónIniciar sesiónAutor: Sally (KN)
CAPÍTULO 3: LA MANSIÓN SILVERFANG
La primera luz del amanecer se filtró por los altos ventanales, derramándose sobre las pesadas cortinas de terciopelo negro. Mara despertó, su aliento aún impregnado del tenue aroma a madera quemada que flotaba en el aire. La habitación donde yacía era inmensa, casi abrumadora: su techo tallado con lobos que alcanzaban la luna, y antiguos cuadros que se extendían sin fin por el pasillo.
Sobre la mesita de noche reposaba una bandeja de plata: una taza de leche tibia, una rebanada de pan con miel y una nota doblada, escrita con letra firme y deliberada:
«Desayuna. No permitiré que mi hijo pase hambre.» R.B.
Sus dedos se cerraron con fuerza sobre el papel, temblando de ira. *Mi hijo*. Siempre lo decía como si todo le perteneciera: el bebé, ella, incluso su aliento.
Mara se puso una bata y salió al corredor. El viento silbaba a través de los estrechos paneles de vidrio, haciendo que el lugar se sintiera a la vez deslumbrantemente hermoso y escalofriantemente frío, como un mausoleo de realeza olvidada. En cada esquina se erguía una estatua de lobo de piedra, sus ojos reluciendo como si observaran cada uno de sus movimientos.
Una voz habló a sus espaldas.
«Señorita Lewis, soy Nora, el ama de llaves de la Mansión Silverfang. El Alfa me ordenó cuidarla».
La mujer era alta y esbelta, su cabello plateado recogido con pulcritud, ojos agudos y autoritarios que hicieron que Mara enderezara la espalda por instinto.
«¿Dónde está él?», exigió Mara.
«El Alfa partió antes del amanecer», respondió Nora con calma. «Tiene una reunión con el Consejo Nightfang».
«¿El… qué consejo?»
Nora sonrió levemente, una sonrisa educada con capas de significado no dicho.
«Lo descubrirá pronto, señorita. Pero antes de que regrese el Alfa, debo advertirle que no se aventure más allá de los salones principales. El bosque exterior no está completamente domado».
«¿Qué quiere decir con eso?»
«En Silverfang», dijo Nora suavemente, «todo tiene ojos… incluso la oscuridad».
Un escalofrío recorrió la columna de Mara.
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**El Jardín Trasero de la Mansión**
No hizo caso. La curiosidad humana era más fuerte que el miedo. Necesitaba saber por qué estaba aquí, por qué la retenían.
El jardín trasero de la mansión era un laberinto de niebla y sombra. La luz del sol apenas penetraba el denso dosel de pinos, dejando el aire cargado del aroma a tierra húmeda y resina.
Entonces llegó el sonido: un leve rasguño, como garras contra la piedra.
Mara se quedó inmóvil. Su corazón latía con dolor.
«¿Quién está ahí?», susurró.
Ninguna respuesta. Solo el sonido bajo y rítmico de una respiración, profunda y salvaje.
Retrocedió, tropezando con una raíz y cayendo al suelo. Un par de ojos dorados brillaron en la penumbra delante.
Se acercaron. De la oscuridad emergió una criatura masiva, de casi dos metros de altura, su cuerpo cubierto de espeso pelaje gris, dientes relucientes bajo la luz del sol.
Los pulmones de Mara se contrajeron. Un lobo. Pero era demasiado grande, demasiado consciente.
Gateó hacia atrás, temblando, cuando de repente la bestia bajó la cabeza y… habló.
«Hija del Alfa. Portadora de la sangre destinada…»
La voz era un susurro de viento a través de hojas muertas, etérea y escalofriante. Mara quiso gritar, pero su garganta se cerró.
«No deberías estar aquí», dijo otra voz, esta vez humana.
Un hombre alto salió de las sombras. Su camisa era negra, su cabello revuelto, y sus ojos del color de nubes de tormenta.
«Kieran Hale», se presentó con frialdad. «Beta de la manada Nightfang. El Alfa confía en mí».
Mara se incorporó. «¡Me asustaste de muerte!»
«No deberías deambular», dijo él sin rodeos. «Al Alfa no le agradará saber que has estado merodeando por su territorio».
«¡Solo quería un poco de aire!»
«El aire aquí», dijo, entrecerrando la mirada, «puede matar a los humanos… si no pertenecen a nuestra especie».
Sus ojos se suavizaron por un latido, entretejidos con advertencia.
«Esta noche es la primera Luna de Sangre en diez años», murmuró. «Después de esta noche, entenderás por qué Ronan nunca podrá escapar de la maldición».
«¿Maldición?», repitió ella, con voz temblorosa.
«Pregúntale a tu Alfa», dijo Kieran, dándose la vuelta. «Si él me permite decírtelo».
Desapareció en las sombras, dejándola sin aliento y conmocionada.
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La Noche de la Luna de Sangre
Cuando cayó la noche, la Mansión Silverfang cambió.
El cielo ardía carmesí bajo la Luna de Sangre ascendente. Todas las luces se apagaron excepto el fuego que rugía en la gran sala, proyectando sombras danzantes sobre los muros de piedra.
Mara estaba en el balcón de arriba, mirando hacia la reunión abajo. Docenas de hombres de traje negro inclinaban la cabeza al entrar en el círculo de fuego. En el centro estaba Ronan: su larga capa sobre hombros anchos, ojos brillando dorados como metal fundido.
«Mis lobos», tronó su voz, resonando por la sala. «La Luna de Sangre ha regresado. Esta noche, recordamos el pacto y la maldición».
Se quitó la capa de un tirón.
Sobre su pecho ardía una marca en forma de luna creciente, pulsando con luz espectral que se extendía por su cuello. Mara jadeó cuando su cuerpo se convulsionó, músculos tensándose, venas brillando.
Luego vino el crujido de huesos. La piel se abrió, se reformó. Su figura creció, duplicándose en tamaño, garras extendiéndose como cuchillas de obsidiana.
En ese instante, comprendió: Ronan no era solo un hombre lobo. Era algo más antiguo, maldito, un híbrido nacido de hombre y bestia.
Los otros lobos cayeron de rodillas, aullando en reverencia.
Pero Ronan no aulló. Alzó la mirada hacia el cielo rojo sangre, ojos ardiendo como brasas, luego se volvió hacia el balcón donde Mara temblaba.
«No deberías ver esto», resonó su voz dentro de su cabeza sin mover los labios.
Ella jadeó. «Tú… ¿puedes hablar en mi mente?»
«Ahora hay un vínculo de sangre entre nosotros, Mara».
Sacudió la cabeza con violencia. «¡No quiero ningún vínculo contigo!»
«Demasiado tarde», gruñó su voz mental. «Desde que nuestra sangre se mezcló, nuestros destinos están atados. No puedes deshacerlo».
Su mirada destelló brillante, depredadora… y luego desapareció en el bosque, engullido por el coro de aullidos que sacudió la noche.
Mara cayó de rodillas, lágrimas corriendo por su rostro. Sus palabras resonaban en su cráneo, oscuras e inescapables:
«Cuando la tercera Luna de Sangre se alce, reclamaré lo que es mío… incluido tu corazón».
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**La Mañana Siguiente**
Cuando despertó, la luz del sol entraba de nuevo por las ventanas. Todo parecía normal, sereno, como si la noche anterior hubiera sido un sueño febril.
Pero sobre la mesa junto a su té yacía una sola rosa negra: sus pétalos brillando tenuemente, una flor que solo florecía bajo la Luna de Sangre.
A su lado, otra nota, escrita con la misma letra familiar:
«Te dije que no tuvieras miedo. Pero si has visto a la verdadera bestia dentro de mí… ya no hay vuelta atrás.» R.B.
Mara aferró la rosa, su corazón latiendo con fuerza. Finalmente comprendió: la Mansión Silverfang no era solo una jaula dorada. Era el comienzo de un destino atado por sangre entre ella y el Alfa.
«La Luna de Sangre», susurró, «siempre encontrará a quien lleva su sangre».







