Capitulo 5: La Maldad Pura.

El rostro de Rodrigo se quedó absolutamente inexpresivo. No había alegría, no había enojo, no había sorpresa. Solo una máscara de fría, calculada incomprensión.

​—¿Qué has dicho? —Su voz era baja, peligrosamente tranquila.

​—Que estoy... —Virginia sintió cómo su entusiasmo se desvanecía ante la mirada vacía de él—... estoy esperando un hijo tuyo. Dos líneas. Positivo.

La mente de Rodrigo se trasporte inmediatamente a su esposa, Alma, su deseo mas profundo se había vuelto realidad.

Rodrigo se levanta del sofá, y agarra las manos de Virginia, mirando fijamente a los ojos, le pregunta.

​— ¿Estás completamente segura?.

​—Sí, Rodrigo —respondió ella, su voz ahora un susurro. Levantó la mano libre y acarició instintivamente su abdomen plano—. Hice dos pruebas. Esta mañana. Sé que... sé que es un mal momento, que no es lo que...

​Rodrigo la interrumpió, su tono conservando esa peligrosidad calmada, pero ahora con un matiz de urgencia.

​—Virginia, escúchame bien. Esto no puede salir de aquí. Nadie debe saberlo. Absolutamente nadie.

​La expresión de Virginia pasó de la preocupación a la sorpresa, y luego a una ofensa contenida.

Retiró bruscamente sus manos de las de él.

​—¿Encubrirlo? ¿Me estás pidiendo que oculte esto? ¿Por qué?.

​— Porque es mejor que mantengamos el secreto, debemos ir a un ginecólogo y estar seguros que todo esta bien, Virginia, es la mejor noticia que recibido en mucho tiempo.

—¿La mejor noticia? —repitió ella.

— La mejor, estoy feliz....

Rodrigo abraza a Virginia, pero en su mente solo podía imaginarse el rostro de Alma cuando lo supiera, sentía que esa noticia era el aliciente que su amada esposa necesitaba.

Al dejar el departamento de Virginia, Rodrigo se dirige inmediatamente a su hermosa y elegante mansión, le urgía darle la gran noticia a Alma.

Pero cuando atravesó la puerta, yadira lo espera con malas noticias.

—¿Señor?— Ella tenía esa tono que era un el principio de una triste oración.

— ¿Qué pasa con Alma?.

— Hoy estuvo muy mal, vomitando sangre Señor.

Rodrigo cerro los y apretó los puños, tardó un instante en procesar las palabras de Yadira. El brillo eufórico de la noticia de Virginia se estrelló contra la fría realidad de su hogar como una ola contra las rocas.

​—¿Sangre? —Su voz, que antes había sido peligrosamente tranquila, ahora era solo un gruñido ahogado. La visión de Alma, su esposa frágil y amada, superpuso por completo la imagen de Virginia y el milagro que ella le había entregado.

​— Esta dormida, el doctor dijo que la dejáramos descansar​—Agregó Yadira.

Rodrigo sube las escaleras sin prisas hasta la habitación, abre la puerta, y se queda mirando fijamente a su esposa, luego se quita el saco de diseñador, y se sienta a su lado, allí, contemplandola, espera el amanecer.

Al amanecer, la luz se filtró por las cortinas de seda, pintando la estancia con tonos dorados. Alma tosió levemente y abrió los ojos. Eran grandes y cansados, pero en cuanto se posaron en Rodrigo, se iluminaron con un amor puro e incondicional.

​—Rodrigo… —susurró, su voz débil.

​Él se inclinó, besando su frente con una ternura infinita. —Aquí estoy, mi amor. Siempre.

​—¿Estás bien? —preguntó ella, la preocupación por él grabada en sus facciones.

​—Lo estoy. Solo… pensaba en nosotros. En lo mucho que te amo, Alma.

​Ella sonrió, un gesto que apenas movió sus labios.

​—Yo también te amo. Y sé que serás feliz. Lo siento, mi vida… lo siento por no darte…

​—Shh. —le interrumpió, poniendo un dedo sobre sus labios secos—. Me has dado todo. Eres mi felicidad. Y no me has fallado. Alma, tu mas grande deseo se ha cumplido mi amor, serás madre, tendremos un hijo.

Alma sintió un volcó en su corazón, no lo podía creer, ese era su mayor deseo.

​— ¿Eso es cierto?.

​— Absolutamente, tu y yo, vamos a ser padres.

Alma gira su mirada cansada y débil hacia otro lado, luego, mira a Rodrigo con firmeza, y le dice.

​— Hay que dar el siguiente paso, llevala al lugar que hemos planeado, que nadie sepa de su embarazo.

Rodrigo asintió, él besa la mano de su esposa, y le responde:

— Tus deseos son ordenes para mi.

En los siguientes días, Rodrigo se encarga de llevar a Virginia donde su médico de confianza, según Rodrigo, era el mejor ginecólogo del país, pero en realidad, era mucho mas que eso, era su cómplice.

— Señora, el embarazo esta bien hasta ahora, pero me preocupa algo—Dice el ginecólogo.

—Dice el ginecólogo, el Doctor Elías Velez, mientras baja sus lentes de lectura para mirar a Virginia con una gravedad calculada.

​Virginia se incorporó de la camilla, sintiendo un escalofrío. Había algo en el tono de Elías que iba más allá de un simple chequeo.

​—¿Qué ocurre, doctor? —preguntó Virginia, mirando a Rodrigo, que estaba de pie, con los brazos cruzados, una imagen de calma tensa.

​—Verá, Virginia —Elías tomó asiento frente a ella, adoptando un aire de extrema profesionalidad—. El bebé está perfectamente implantado, pero... dadas ciertas particularidades en sus análisis iniciales y un factor de riesgo que discutí con Rodrigo, hemos acordado que su gestación debe ser monitoreada con el máximo rigor.

​—¿Factor de riesgo? ¿Qué factor de riesgo? —Virginia sentía que le faltaba el aliento.

​Rodrigo se adelantó y le puso una mano firme en el hombro.

​—Es una condición que descubrimos hace un tiempo, mi amor. Algo menor, pero que requiere un cuidado extremo. El doctor Elías es el único en el país con el protocolo adecuado.

​Elías asintió, recogiendo el hilo de Rodrigo con precisión.

​—Exacto. Para garantizar la seguridad del bebé, Virginia, y para evitar cualquier complicación, debemos extremar las precauciones. Esto significa cero estrés, reposo absoluto y, lo más importante, aislamiento.

​Virginia frunció el ceño.

​—¿Aislamiento? No entiendo.

​—Significa que a partir de hoy, usted se mudará a una residencia especializada. Un lugar tranquilo y discreto que Rodrigo y yo hemos preparado. Es por su salud y la del niño. Nadie, absolutamente nadie, debe saber dónde está. Cualquier alteración podría ser catastrófica. Lo siento, pero es la única manera de asegurar un final feliz para este embarazo tan especial.

​La indignación de Virginia pugnó con el miedo que Elías había sembrado.

​—¿Me están diciendo que debo esconderme? ¿Que debo dejar mi vida por nueve meses?.

​—Solo por un tiempo, Virginia —dijo Rodrigo, con la voz suave, pero sus ojos eran de acero—. Piénsalo como una misión de vital importancia. Me has dado la noticia más feliz de mi vida. Ahora confía en mí para protegerlos a ambos. Estarás en un lugar seguro, con todas las comodidades y el doctor Elías te visitará semanalmente. Es por nuestro hijo.

Virginia no sabía que decir, pero Rodrigo se encargó de convencerla.

​—De acuerdo. Lo haré. Por mi hijo.

​Esa noche, Rodrigo condujo a Virginia a una hermosa y remota finca en las afueras de la ciudad. Era lujosa y estaba perfectamente equipada, pero se sentía como una prisión de oro.

​— Aquí estarás muy bien mi amor, yo vendré todos los días a verte​—Rodrigo le dio un beso en la frente, y se marchó.

Virginia había entrado voluntariamente a su propia jaula, y nisiquiera le había avisado a su única amiga.

El tiempo paso muy rápido, el vientre de Virginia creció sin parar, y cuando menos lo esperaba, aparecieron los dolores de parto.

Virginia tomó el teléfono de la mesita de noche. Al otro lado de la línea, la voz adormilada de Rodrigo sonó de inmediato.

​—Rodrigo... —jadeó, aferrándose a la tela de la sábana de seda—. Ya es hora.

​El silencio al otro lado fue breve, pero tenso.

​—Voy para allá.

A los pocos minutos, la tranquilidad de la finca se rompió por el sonido de un motor. No era el coche de Rodrigo, sino el vehículo todoterreno del Doctor Elías. El médico y una enfermera con el rostro severo y manos rápidas, entraron en la habitación.

​—¡Virginia! —exclamó Elías, con una eficiencia fría—. No se preocupe, todo está preparado.

​La enfermera no pronunció palabra, solo comenzó a preparar el equipo de parto que habían instalado previamente en una de las habitaciones contiguas.

​Elías la ayudó a levantarse, y justo cuando Virginia intentaba preguntar por Rodrigo, la puerta se abrió de nuevo.

​—Llegué. —La voz de Rodrigo era un murmullo grave. Se acercó a la camilla de parto improvisada y tomó la mano de Virginia, pero sus ojos estaban fijos en el médico.

​Las horas siguientes fueron una bruma de dolor y esfuerzo para Virginia. Rodrigo se mantuvo a su lado, sosteniendo su mano, pero su presencia se sentía distante, casi mecánica. Elías dirigía el parto con la precisión de un cirujano ejecutando una operación perfectamente planificada.

¡Ay....! Gritaba Virginia ​—Mientras se agarraba de las sábanas.

​— ¡Tranquila! ¡Puja ya viene!​— Decía el médico.

—¡Es una niña!.

Una ola de amor y agotamiento inundó a Virginia. Extendió sus brazos, desesperada por tocar a su hija.

​—Mi bebé...Por favor.

​Pero Elías dudó. Miró a Rodrigo, que se había soltado de la mano de Virginia y se había apartado un paso.

​—Primero la revisión, Virginia. Es el protocolo​—Dice Rodrigo.

De repente Elías se acercó con una jeringa en la mano.

​—Esto te ayudará a reponerte, Virginia, dijo sin titubear.

​—No... quiero verla.Quiero cargarla.. —Las lágrimas brotaron de sus ojos.

​—Lo harás, mi amor. Más tarde. Ahora, duerme. Es por tu salud, dice Rodrigo.

​Antes de que pudiera protestar, el líquido entró en su vena. Sintió cómo sus párpados se hacían pesados, cómo el mundo se volvía lento y suave.

Vio a Rodrigo salir de la habitación con el bulto blanco en brazos, su figura alta y ancha desapareciendo tras la puerta.

Virginia luchaban por abrir los ojos, pero era imposible.

Solo escucho la voz de Rodrigo decir.....​

​— Arrojenla a un barranco.

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