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—¡Ahmose! —gritó Nefertari.
—¡Vete, Nefertari! ¡No mires atrás! —la voz de Ahmose, aunque débil, era una orden que Nefertari no podía desobedecer.
Las lágrimas de Nefertari corrían por su rostro. Sabía lo que eso significaba. Sabía que Ahmose se quedaría atrás, luchando hasta su último aliento.
Y entonces, sucedió.
Justo cuando Menkat estaba a punto de asestar un golpe letal, un sonido resonó en la noche. No era el choque de las espadas. Era el sonido de un arco tensándose. Una flecha silbó en el aire, y se clavó con un sonido seco en el hombro del capitán de la guardia de Menkat. El grito de dolor fue seguido por otro, un grito de guerra, que Ahmose reconocería en cualquier lugar.
—¡Ahmose! —gritó la voz.
Una figura emergió de la oscuridad. Era Hori. Detrás de él, una docena de hombres, con arcos tensos, estaban listos para la batalla.
La llegada de Hori fue la señal que Ahmose necesitaba. Con una fuerza sobrehumana, esquivó el golpe de Menkat y le dio una patada en el estómago, h