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Menkat se sentía como si las paredes del palacio se le vinieran encima. La sala de audiencias, antes el escenario de su poder, ahora era el de su humillación. Las palabras del visir Paser, "Tú eres un príncipe, y no tienes honor", resonaban en su mente como una campana de bronce. El Faraón Amonhoteph, su propio tío, lo había mirado con una desconfianza que lo había helado hasta los huesos.
Caminó por los pasillos, con la furia hirviéndole en las venas. Los sirvientes se apartaban de su camino, asustados. Sabían lo que había pasado. Sabían que el príncipe se había humillado. Su poder, que había crecido con cada paso que daba en la corte, se había derrumbado como un castillo de arena. Nefertari, su prometida, su premio, lo había desafiado. Ahmose, un simple soldado, lo había expuesto.
—La debilidad es una enfermedad, mi príncipe. Y la suya se llama fracaso.
Rekhmire apareció detrás de él, como una sombra. Menkat se giró, con los ojos llenos de rabia.
—¡Cállate! No necesito escuchar t